El plátano canario sigue en su larga y agónica batalla para defender sus mercados de la competencia de la banana americana. Una batalla que se prevé perdida a largo plazo, pero que va ganando escaramuzas en el oficio de ir retrasando lo inevitable: la apertura de los mercados al libre comercio dentro de la oleada de globalización que, con algunas excepciones (bienvenido, míster Trump), vive el planeta.

La Unión Europea ha defendido tradicionalmente sus mercados internos para los plátanos canarios, franceses y portugueses, con el uso de aranceles aduaneros (impuestos) y con cuotas a las importaciones de países centro y sudamericanos. Aunque en los últimos años, por cierto, el verdadero peligro para las productores europeos sea el plátano africano, cuyas exportaciones a los mercados de la UE han aumentado de forma notable, apoyada en los tratados preferenciales que en muchos casos tienen esos países con Europa.

La línea argumental de los productores europeos es muy frágil. Sostienen que los costes de producción de las bananas americanas son menores que los de sus plátanos debido a las cargas fiscales y salariales que supone el Estado de Bienestar que se disfruta en Europa. Eso es lo mismo que decir que como los salarios de Canarias son más bajos que los de cualquier otra región europea, deberíamos tener un contingente para la venta de servicios turísticos: o lo que es lo mismo, que nos pusieran un número máximo de visitantes a las Islas. Los costos de producción son los que son; nunca iguales en todos los sitios. Y el que es capaz de producir más barato, con similar calidad, se suele llevar el gato al agua. Solo hay que mirar hacia China.

Cuando llevamos a un consumidor europeo a comprar un plátano canario le estamos pidiendo que pague más caro lo que podría comprar más barato. El argumento de la calidad superior de nuestra fruta en comparación con otras va perdiendo consistencia ante la mejora de las producciones foráneas. Defender una venta "por imperativo legal" es ponerle puertas al campo. Tarde o temprano, los diques cederán. Es verdad que ni el plátano es el único producto protegido ni la agricultura es el único sector con paraguas. El potente sector industrial de muchos países europeos también disfruta de barreras tecnológicas y fiscales, aunque se hayan reblandecido en los últimos años.

La mejor defensa de un producto en cualquier mercado es su calidad, contar con una buena red de distribución y tener un precio competitivo o, en su defecto, moverse en el terreno de la exquisitez en la relación calidad/precio. La llegada de una nueva administración proteccionista en Estados Unidos (dispuesta a cerrar fronteras y defender sus mercados internos) va a producir el efecto contrario en el resto del mundo: el aumento del libre comercio. A la postre, es el comercio el que ha hecho la historia y el que ha permitido el desarrollo del mundo. La riqueza entre las naciones se trasiega a través de los flujos de productos que se mueven entre ellas y las restricciones al libre comercio son vallas defensivas condenadas a desplomarse.

El plátano canario ha entrado en este siglo con los días contados. No para desaparecer, sino para transformarse. Una parte importante del sector productivo canario ha sabido crear en la España continental una floreciente empresa llamada Eurobanan, propietaria de redes de comercialización y maduración. En esa empresa es socia una poderosa multinacional frutera llamada Fyffes. El mercado español está en buena parte en manos de esa empresa mixta que domina una importante cuota de mercado. Así ocurre que los productores canarios, a través de Eurobanan, no solo venden el plátano de las Islas, sino bananas producidas en Centroamérica. Y además un amplio abanico de frutas.

Habrá que mantener la batalla por la protección de los productores europeos hasta el último aliento. Pero la primera moneda de cambio de los grandes tratados comerciales suele ser la agricultura. Aceptar las exportaciones de países generalmente más pobres abre posibilidades de desarrollo en esas zonas y proporciona productos más baratos a los consumidores europeos. Es un hecho inevitable que acabaremos en un mercado cada vez más libre. Y cuando eso ocurra, sólo los que hayan hecho sus deberes -es decir, gente como los de Eurobanan- sobrevivirán. Los que estén fuera de ese paraguas, que son muchos, me temo que acabarán en la cuneta. Ojalá sea más tarde que pronto.