Alguna vez he oído contar que la vida se puede considerar como una película que solo tiene una parte; entonces se vive con prisa para tratar de gozar de algo que se va agotando de un modo irremediable -y sin sentido-, y se estará siempre sopesando si compensa lo que se da en relación con lo que se recibe. Pero se puede contemplar la existencia con dos partes; en la primera, hemos recibido muchísimos dones -entre otros la propia vida, la educación, la familia, los amigos, etc.-, y ahora, en la segunda parte de la película, debemos devolverlos: se vive con sentido de gratitud.

Y esto me lleva a pensar que en el fondo todo el mundo consigue algo de amor o, en otras palabras, que es fácil empezar a amar; pero el problema crucial es el de amar bien para que nuestro amor crezca y cristalice con el tiempo. Para ello, se necesita una actitud de agradecimiento confiado, porque todo amor es una conquista precaria. "Que más preciada empresa no concibo / que deshojar mi vida mereciéndote", dicen los versos de Raquel Lanseros, expresando maravillosamente esa base de gratitud de quien aspira a devolver algo de tanto que recibe.

¿Por qué hay tantas parejas que se rompen? Evidentemente, influyen muchos factores y, además, cada persona posee un único universo interior. Pero, sin pretender juzgar jamás a nadie -jamás-, pienso que la cultura actual adolece del suficiente agradecimiento de fondo sobre el que arraiga el amor valioso, el amor de donación, paradigma del saber amar bien. Por ello, me parece que hay que recuperar la cultura del agradecimiento

Pero no es fácil. En parte, porque como afirma Joan Baptista Torelló, "quien no ha experimentado la perfecta libertad del don de sí, no puede tampoco sentir ni expresar la alegría cabal y expedita de la gratitud". O sea, que quien no regala la vida sin condiciones y con confianza no es capaz de sentir la ofrenda absoluta que le ofrece la otra persona: quien no sabe dar amor, tampoco sabe recibirlo.

También, porque en el mundo actual se tiene miedo a los compromisos definitivos. Se evita soñar algo maravilloso ante el miedo de terminar defraudado, como describe el poema "Pobre corazón" de Carlos Javier Morales: «Se te acabó el amor, la poesía, / y ya nunca quisieras volver a emocionarte. / Agarrado a la dicha segura de esta tarde de invierno, / prefieres calentarte junto al fuego que enciendes en tu casa". Aunque el poeta tinerfeño ironiza con la pobreza de esta postura, acabando el poema con un realismo que hace ver lo absurdo del planteamiento: "Se te acabó el amor, la poesía / y pareces al fin satisfecho, / pues no ves que tu vida también se te acaba".

Todo amor está expuesto a la decepción, pero esta se previene mediante la gratitud. Así, explica Torelló que el agradecimiento sale al encuentro del don, especialmente del don amoroso y "da lugar a la indisolubilidad y a la indesilusionabilidad del lazo amoroso interpersonal". Y abundando en esa sanación de la desilusión escribe una sutil ironía cargada de profundidad: "Este para siempre de la gratitud auténtica explica por qué tantas personas evitan con sumo empeño el tener que agradecer algo: huelen que no podrían desembarazarse jamás de la gratitud, y todo lo que es eterno ha asustado siempre a los mortales".

Vale la pena superar el pesimismo, que tiene su razón de ser y sus argumentos -de acuerdo-, pero que cercena o impide la confianza y la gratitud cuando tiñe en exceso nuestro fondo interior.

El poema "Abrir las manos" del argentino Hugo Mujica canta: Conocernos es una entrega, / no un saberse, / es soltarnos / y descubrir que no nos hundimos, / que estuvimos siempre / sostenidos". O sea, que el conocimiento para amar bien lo dan la entrega, la confianza y la gratitud: qué gran sabiduría.

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