Tenemos un carnaval gris. El carnaval no luce como antes y hoy ha perdido casi todo su glamour. Hace ya un buen puñado de años que vive secuestrado dentro del recinto ferial. Me refiero al carnaval de escenario, al carnaval de los concursos. De tener el cielo como techo y toda la universalidad por delante, pasó a estar encerrado en un zulo. Un zulo de lujo quizás, pero un zulo. Por mucho que se esmeren todas y cada una de las agrupaciones del carnaval, es imposible sacarle más partido. No es culpa ni de las murgas, ni de las rondallas, ni de las comparsas, ni de los personajes. Ni de los directores, ni de los diseñadores, ni de las firmas que patrocinan los trajes de las reinas. Mientras un conjunto de iluminados pensaba en algo parecido a un "sambódromo", nos quedamos en una cuneta a modo de cochambre.

Creo que formo parte de la mayoría que desea que nuestra fiesta vuelva a recuperar el prestigio internacional que tuvo y se merece. Que nos volvamos a sentir orgullosos del reconocimiento ajeno. Las razones que llevaron a esconderlo fueron la seguridad, la climatología, la comodidad y un sinfín de excusas que lograron dar al traste con décadas de admiración. Y esto es cosa de los políticos. La calle no ha decaído jamás, y eso significa que seguimos teniendo la gallina de los huevos de oro niquelada. Lo único que queda es recuperar la vistosidad, la capacidad de poder ponernos ante el mundo y demostrarles lo que somos. Eso que ellos, los políticos, nos quitaron, y ya va siendo hora de que nos lo devuelvan.

@JC_Alberto