El paisaje y la historia de esta isla están labrados por grandes hombres y mujeres que son capaces de tomar grandes decisiones. En ocasiones, esas grandes decisiones pasan desapercibidas porque son sepultadas por otras voluntades, mediocres, sin entidad, que ocultan transitoriamente lo que a la postre vuelve a brillar. Porque la realidad es, entre otras cosas, terca y termina convenciendo al más pintado.

Tenerife ha tenido excelentes presidentes de Cabildo. Y creo que esta isla ha sido justa con todos ellos, reconociendo sus méritos y desvelos. Les relato hoy el origen de una decisión que, posteriormente, sirvió para ayudar al desarrollo social de Tenerife, a su equilibrio económico y a aumentar el potencial turístico de la isla.

Hace unos meses, uno de los hijos de D. Juan Ravina, presidente del Cabildo de Tenerife a caballo entre los finales de los 50 y el principio de los 60, me contaba el origen de la decisión de instalar un segundo aeródromo en Tenerife, que permitiera reducir los riesgos y problemas del existente, el aeropuerto de Los Rodeos, frente a las casi siempre malas condiciones climatológicas de la zona. El prohombre, me contaba su hijo, se afanó en buscar el mejor asesoramiento para acertar en una decisión, ya de por sí difícil. Contrató a dos compañías americanas que pudieran analizar las distintas alternativas y que rápidamente se decantaron, las dos, por desarrollar un nuevo aeropuerto en el sur de la isla.

Fiel a su convicción y a su carácter, don Juan presentó su propuesta en el Casino principal de la Isla. Pero en ese afán de encontrar lo mejor para su tierra se enfrentó, como ocurrió en no pocas ocasiones con los distintos presidentes que ha tenido esta isla, con la capacidad y poder que emanaba desde el Gobierno Civil en la provincia, que no vio con buenos ojos esa independencia de criterio y la solidez en la voluntad de la Presidencia de la institución insular. Don Juan sometió su análisis al criterio del resto de consejeros del Cabildo y pidió unidad y lealtad de los representantes insulares ante la posición del Gobierno Civil. No perdió la votación interna, que se realizó de manera secreta, pero alguno de los presentes, por la influencia que ejercía el gobernador civil, se opuso a las pretensiones que el Cabildo intentaba defender. En ese momento don Juan abandonó la Presidencia y casi la política, sintiéndose debilitado en su posición, y, aunque siguió participando en los asuntos públicos, por ejemplo como presidente de la Caja, no ejerció nunca más ningún cargo político. Su voluntad y empeño no quedaron sin embargo en el olvido y los siguientes presidentes, en particular Andrés Miranda, Rafael Clavijo y José Miguel Galván Bello, los tomaron como algo suyo, de forma que aportaron propuestas, ideas, trabajo, recursos y acuerdos para hacer posible lo que era necesario: ese gran aeropuerto que hoy necesita de una urgente ampliación.

El aeropuerto del Sur ha superado en el año 2016 los 10 millones de pasajeros y, con esa cifra, ha rebasado cualquier ratio razonable de ocupación y comodidad en sus infraestructuras de tierra. Estas se construyeron además hace más de 40 años y requieren, por una y otra causa, una importante rehabilitación y ampliación. Zonas más cómodas y amplias para recibir a nuestros turistas, zonas más seguras para reforzar las condiciones de un destino ya de por sí muy seguro, zonas más modernas y amplias para la actividad de ocio y compras en la Terminal, zonas más flexibles para recibir la diversidad de orígenes de nuestros turistas, peninsulares, europeos y no europeos. Esa idea de los años 60, un gran aeródromo en el sur compatible con el existente del norte, necesita hoy de un nuevo impulso. El Cabildo va a seguir siendo muy exigente con esa idea y necesita aliados, acuerdos, consenso, para defenderla ante la posición de AENA, aún reticente a administrarla con la ambición y rapidez que necesita esta isla. Lo dijimos ya hace más de dos años y desde entonces poco se ha movido. Las inversiones aeroportuarias son trascendentes, pero desgraciadamente necesitan tiempo y tengo la impresión de que ya estamos en este asunto en el tiempo de descuento.

Hace unos días, el amigo que me contaba todo esto, Juanín Ravina, murió de un ataque al corazón. Juanín también fue un gran hombre para esta isla. Neurocirujano de prestigio, se rodeó siempre de familia y de buenos amigos, y junto a Tama, su mujer, ejercieron de talismán para una comunidad alegre y vivaz, capaz de enfrentar el verde al rojo en las noches de septiembre en su casa lagunera. Es curioso cómo muchas familias dan un fruto extraordinario, y así en el entorno de los Ravina, Cabrera, Guimerá y Luengo, la familia de don Juan y de Juanín, encontramos muchos hombres y mujeres fantásticos, que hacen que las buenas cosas ocurran todos los días. Eso es realmente, la abundancia de gente admirable que tenemos en Tenerife, lo que esculpe el alma de esta isla.

*Presidente del Cabildo de Tenerife