La matraquilla que le entró a doña Monsi por prohibir la entrada a toda persona ajena y no residente en el edificio sembró la ira en Carmela, que, tras su despido fulminante, reapareció el pasado jueves, aprovechando que la presidenta había salido a la peluquería.

-No tientes al diablo -le aconsejó Úrsula al encontrarse con Carmela en el portal.

-Este es mi edificio y no voy a quedarme sin trabajo porque a una loca de pelo alborotado le haya dado por poner normas anticonstitucionales.

-¿Y qué vas a hacer?

-Recuperar lo que es mío.

Úrsula se temió lo peor porque, cuando Carmela se enfada, no hay quien le gane. Y si no, que se lo pregunten a las pelusas que antes rodaban a su libre albedrío por las escaleras y, ahora, poco menos que tienen que pedir permiso para poder circular.

-Deberías marcharte porque Goyo, el guardaespaldas de doña Monsi, hace la ronda a las en punto -le advirtió la Padilla mirando el reloj.

-Eso. Además, el tipo no se anda con chiquitas. El otro día prohibió la entrada al edificio al médico que viene a tomarle la tensión a mi hermana, así que tuvimos que quedar en el bar de enfrente -contó Úrsula.

-¿Y cuánto tenía?

-Él médico, ni un céntimo, con lo que yo tuve que pagar la ronda de barraquitos.

-Esto no puede ser -se quejó Carmela-. Tenemos que plantarle cara a esta situación. Voy a por mi fregona.

Antes de que lograra entrar en el cuarto de la limpieza, las vecinas le contaron las novedades.

-Ya no tienes fregona. Ahora es de Gloria del Paraíso -le largó la Padilla sin anestesia.

-¿Y esa quién es?

-La señora que ha contratado la presidenta para limpiar las escaleras.

-¡Se acabó! ¡Hasta aquí hemos llegado! ¿Dónde está la tipa esa de nombre de telenovela barata? Va a pasar del paraíso al infierno en menos de tres segundos -amenazó enfurecida Carmela.

La sudodicha señora apareció de repente, cargando con el cubo y la fregona, y canturreando algo ininteligible. Carmela se encaró con ella.

-¿Quién te crees que eres?

-Ay -suspiró-. Cuando me pongo a cantar, creo que soy Beyoncé pero luego me miro en el espejo y...

-No hace falta que contestes. Es una pregunta retórica, imbécil. Devuélveme mi fregona -gritó desaforada, y le arrebató el palo de las manos a la pobre mujer.

-Carmela, por el amor de Dios, sosiégate -suplicó la Padilla.

Pero ya era imposible. Se había disparatado de tal forma que no atendía a razones y su cara cambió del color carne a un rojo encendido. De malos modos, le ordenó a su sustituta que entrara en el ascensor.

-No funciona desde Navidad. Se traba al pulsar cualquier botón -le recordó Úrsula.

-Mejor -dijo, mientras empujaba a Gloria del Paraíso dentro y le daba al botón del tercero. Salió corriendo y la dejó encerrada.

Al escuchar los golpes de la mujer pidiendo auxilio, Goyo bajó al portal.

-¿Qué pasa aquí?

-Eso debería saberlo usted, que para algo es el guardaespaldas de la presidenta -le echó en cara Carmela.

-¿Usted?... ¿No le había echado yo de aquí la semana pasada?

-Sí. Y no me gustó la forma en que lo hizo.

-Salga inmediatamente -le ordenó él.

Carmela ni se inmutó. Solo hizo una seña que Úrsula y la Padilla no entendieron, pero, al ver la cara de furia que ponía, temieron por su propia integridad y no dudaron en hacer caso a lo que fuera que hubiera querido decir. Juntas, acorralaron al guardaespaldas y lo empujaron hasta llegar al cuartito de la limpieza donde lo dejaron encerrado.

-Ahora solo queda doña Monsi -comentó Carmela.

-¿Qué vas a hacer con ella? -preguntó aterrada la Padilla.

No hubo tiempo de aclarar esa duda porque, en ese mismo instante, la presidenta entró en el edificio.

-¿Qué haces tú aquí? -preguntó al ver a Carmela.

-He decidido tomar la Bastilla.

-Sí, vendrá bien que te mediques -dijo la presidenta.

-No me cambie de tema. Desde hoy, el edificio está bajo mi mando.

-Eso está por ver -amenazó doña Monsi.

Al día siguiente, a las siete en punto, Carmela limpiaba las escaleras, mientras una tímida pelusa rodaba en cámara lenta como si pidiera permiso.

-¡Qué bien! ¿Doña Monsi cambió de opinión? -preguntó Úrsula.

-No sé. Desde que la encerré en el cuarto de contadores no he vuelto a hablar con ella.

@IrmaCervino