El triunfo de Trump ha permitido comprobar la magnitud del cambio del orden mundial, periodo histórico y paradigmas. Hace tiempo que se hablaba del cambio de era, debido al vertiginoso desarrollo tecnológico y mutación del marco económico mundial. Esto no era suficiente, la globalización reservaba mayores convulsiones e imprevisibilidad: llevar esa quiebra de paradigma a la esfera política con igual o mayor énfasis de ruptura. Determinada evidentemente por la economía global y las nuevas contradicciones, como si el materialismo histórico se cumpliera, se ha producido la elección de Trump. Sin duda, habremos de acostumbrarnos a una era de incertidumbre, inseguridad, la modernidad líquida, que decía el recién fallecido Bauman, en la que los pilares de nuestra sociedad, de nuestras sólidas referencias y esquemas, están saltando por los aires, uno tras otro. La guerra fría y la caída del Muro, que definían el "statu quo" mundial y aseguraban estabilidad y predecibilidad de un orden conocido, son ya prehistoria. Aquel mundo está siendo reemplazado a costa de formidables grietas y derrumbes en el edificio político cultural que conocíamos: "brexit", Le Pen...

Desde luego lo primero que se evidencia no es la crisis de la socialdemocracia y de la izquierda, que de muy antes estaba cantada, sino su descarnada nadería ante los nuevos retos. Si alguien parece incapaz de balbucir algún proyecto, esa es la izquierda socialdemócrata. Han llegado al monosílabo, y además de manera literal. Pero no solo eso, el monosílabo sigue articulando su programa político. Ambientan la idea de progreso en la restauración del pasado en todas las vertientes, como una aristocracia decadente, fijando en el futuro todas las políticas fracasadas, todo lo añejo y revocado. El reaccionarismo también es literal. En contra de la inteligencia de concluyentes datos objetivos y sin tener en su programa alternativas, objetivos, alguna voluntad de algo. La izquierda política parece seguir en su desplome a la menguante sindical en caída libre. Resulta penoso ese no sintonizar en absoluto con la época, con la historia.

La contestación a Trump ha aglutinado a Boeing, Facebook, Silicon Valley..., es decir, a las grandes multinacionales, que ahora devienen aliadas de liberales y demócratas progresistas. Pero, por el lado opuesto, Bildu, Maduro, Putin y populistas y radicales de izquierda no han podido ocultar sus preferencias por Trump. El mundo ya no es capaz de convenciones, de definir campos políticos o ideológicos básicos, de sostener vínculos históricos y afinidades naturales. El programa del "No", no va dirigido exactamente contra Rajoy, sino contra el mundo.