Joan Wiffen realizó uno de sus descubrimientos más importantes con setenta y siete años de edad: un hueso de tiranosaurio (uno de los dinosaurios más grandes conocidos por la ciencia). Cuando esto ocurrió, llevaba décadas entregada a la paleontología y a este logro le precedían tantos otros que le valieron el "título" de "Dama de los dinosaurios".

Me tiene atrapada la historia de esta científica -ya fallecida- que relata con interés Carolina Martínez, una profesora de la Universidad de La Laguna, doctora en Biología. Su artículo, "Joan Wiffen en el valle de los dinosaurios", lo estoy leyendo en la web de Mujeres con ciencia (mujeresconciencia.com, este es su enlace por si lo quieres leer completo). Ahí cuenta cómo Joan, nacida en 1922 en Nueva Zelanda, compartió el mismo entorno educativo que sus coetáneas, cuya principal expectativa era "casarse y formar una familia", por eso la niña se vio obligada a abandonar la escuela. Esa era la misma niña que se sentía "maravillada" cuando contemplaba conchas marinas.

Esta curiosidad siempre debió rondarle porque los libros que cogía prestados de la biblioteca pública para sus hijos eran los de historia natural. Y ocurrió uno de esos quiebros repentinos que da la vida. Una enfermedad impidió que su marido asistiera a las clases nocturnas de geología en las que se había matriculado, y para no malgastar el dinero fue ella quien acudió. Carolina Martínez dice que en aquel entonces Wiffen quedó "fascinada por la geología" y "la enorme diversidad biológica desplegada a lo largo del inmenso tiempo geológico". Su mayor curiosidad eran los animales antiguos, sintió predilección por los dinosaurios: "Eran tesoros invaluables del pasado y, súbitamente, me convertí en una adicta. Sabía lo que quería: coleccionar fósiles".

Con pasmoso empecinamiento esta mujer que "sabía lo que quería" comenzó a viajar junto a su familia y un grupo de colaboradores "en búsqueda de todo tipo de rocas y minerales". Años de exploración en zonas inhóspitas. Una labor dura. "El terreno era tan escarpado y accidentado que solo se podía acceder a pie; además, cada roca que quería estudiar había que cargarla en la espalda hasta el coche". Se empeñó en escudriñar el terreno tanteando el rastro de los dinosaurios, sin saber que la mayor parte de los expertos de la época consideraba que estos colosos nunca habían habitado las tierras de Nueva Zelanda. Esa mayoría estaba equivocada. En 1975, Joan Wiffen encontró allí su primer hueso fósil de dinosaurio. Después, vendrían muchos más hallazgos. Las aportaciones de esta paleontóloga que estoy descubriendo han sido fundamentales a su área de conocimiento.

Voy leyendo y trato de situarme en el contexto. Resulta asombroso, mira si no. Joan Wiffen estudió paleontología por sí misma. "El hecho de ser mujer y sin cualificación científica fue una verdadera desventaja", dice Carolina Martínez. Citando a un paleontólogo amigo personal de Wiffen llamado Ralph E. Molnar, explicaba que "fue autodidacta no sólo en cómo extraer los fósiles de rocas muy resistentes en las que estaban embebidos (...), sino también en describir científicamente los restos y publicar sus descripciones en revistas científicas". "Consciente de su falta de formación y del escepticismo de los especialistas, optó por dedicar todo el tiempo necesario a formarse". De manera que aprendió por su cuenta a localizar, separar y hacer moldes de los fósiles. Aprendió por su cuenta a expresar y redactar "con un vocabulario correcto" los resultados de sus observaciones. Y todas estas habilidades -señala Carolina Martínez- "las adquirió en un relativo aislamiento" y "a sus propias expensas, procurando el menor gasto posible".

Sigo leyendo y me llama la atención el poder que reunió la vocación con la obstinación, la superación con la convicción, esa especie de consagración con la pasión que burlaron al destino. Me cuesta imaginar un potencial mayor.

@rociocelisr