La semana ha dejado envueltos en la niebla del misterio algunos grandes asuntos de interés. Por ejemplo, saber si el destino de Podemos será mejor que el de Izquierda Unida; si Asier Antona tiene ya hecha la presidencia del PP regional o si el jugador japonés del Tenerife, desaparecido tras llegar a la isla, está en su habitación a causa de una depresión o por haberse comido un escaldón de gofio. De todo esto, lo más relevante es el triunfo de Pablo Iglesias. Porque, con todos los respetos, lo del japonés se resolverá con una dieta más ligera. Y lo de Antona está más cantado que "La traviata". Lo de Podemos, sin embargo, es otro cantar.

Pablo Iglesias ha redefinido el movimiento para transformarlo en un partido, que es algo que tenía que hacer. Pero situándolo a la izquierda de la socialdemocracia española. Luego no ha venido a ocupar el lugar del PSOE, sino que se ha ubicado en el sitio tradicional de los herederos del comunismo. Mandar a Errejón al ángulo oscuro, como a la lira de Bécquer, viene a ser como cortar las últimas amarras de un gran acuerdo de la izquierda en este país. Porque la izquierda, aquí y allí, está condenada a desgarrarse en divisiones y caudillismos, en un destino marcado por el fracaso ante una derecha monolítica. Pero este no es el peor error.

El punto hacia el que se dirige la política española, como atraída por el vórtice de un remolino, es el proceso de secesión de Cataluña, a mediados de este año. "Para nosotros España es plurinacional", dice el documento de Iglesias, asumido por Podemos. Claro que eso es no decir nada. Porque lo que plantea Cataluña no es su deseo de ser una nación, que ya lo es, sino una nación independiente, que es harina de otro costal. Por ahí pasa Podemos de puntillas, hablando del "derecho a decidir" en un párrafo veloz y etéreo.

Iglesias no sólo ha ligado el destino de Podemos al de Izquierda Unida, sino al del proceso soberanista. Sus alianzas le llevan inexorablemente a tener que apoyar a quienes pretenden la ruptura de Estado sin alumbrar otra forma posible de construcción de España. El gran error del análisis de Iglesias es pensar que este país es posible desde la reforma y la conformación de un Estado que sea la suma de unas determinadas partes, cuando lo que quieren algunas partes es navegar en solitario.

Cuando se estalle el desafío catalán, la política española se va a partir por la mitad, entre los que defienden cualquier idea de España y los que pretenden la creación de nuevos estados. A un lado la Constitución y al otro todo lo demás. El grave error político de Podemos es que se ha deslizado hacia otro lado de la frontera. Mal se puede pretender gobernar un país que al mismo tiempo se pone en almoneda. El fallo no es estar a la izquierda, sino estar con los que están contra cualquier idea de España.