Con relativa frecuencia, en algunos medios de comunicación, tertulias, etc., se intenta desacreditar la labor de la Iglesia católica (IC) haciendo uso de tópicos inconsistentes. Uno de ellos se refiere a la relación existente entre las riquezas que posee dicha institución y la pobreza en el mundo. Un asunto recurrente que suele plantearse con argumentos populistas y demagógicos, la mayoría de las veces, fruto de la ignorancia o mala fe. Lo malo de estas opiniones es que, frecuentemente, no obedecen a un concienzudo estudio, ni han sido contrastadas con informaciones veraces.

Así es. Una de las cuestiones que suelen plantearse es la siguiente: ¿por qué la IC no vende las riquezas y tesoros que tiene para acabar con el hambre y la pobreza en el mundo? Lo primero que se advierte en esta pregunta es su falta de concreción porque nunca queda claro a qué riquezas se refiere. Quienes la formulan lo hacen más bien para desacreditar a la IC como tal, es decir, a una institución a la que califican como hipócrita por vanagloriarse de amar a los pobres mientras posee riquezas que al no ponerlas al servicio de los mismos carecería de toda credibilidad.

Veamos. Si se da por supuesto que la IC, incluido el Vaticano, posee grandes tesoros, debería decirse a qué tesoros se refiere. ¿Joyas, obras de arte...? ¿Cuánto es su valor? ¿Acaso alguien considera a la IC como una institución millonaria? ¿Tiene fines de lucro? Los "tesoros", como algunos los llaman, constituyen un legado cultural, histórico y espiritual, pues se trata de iglesias, imágenes, cuadros, frescos, cálices, custodias, ornamentos... Tesoros que no tienen ningún valor comercial o financiero. Están dedicados al culto divino en templos o expuestos en museos que conservan el patrimonio cultural de más de dos mil años de cristianismo.

Las riquezas o tesoros de la IC proceden en su mayor parte de donaciones explícitamente hechas por fieles que han donado sus propios bienes para que fueran usados en el culto, la formación, etc. Es decir, su legitimidad está fuera de toda duda, por lo que nadie perteneciente a la IC o ajeno a ella tiene derecho a disponer de esos bienes porque constituyen un depósito intocable.

Sugerir o proponer la venta de los bienes de la IC para beneficiar a los pobres, necesitados, etc., sería entrar en un debate artificial y sin sentido. ¿Alguien de buena fe puede pensar que sería una solución real para paliar los problemas de hambre en el mundo? Si se pudiera vender todo, ¿a cuántos ayudaría durante un día? ¿Serviría para algo? ¿No sería, más bien, un empobrecimiento inútil de la IC? Defender esta postura solo puede obedecer a sembrar desprestigio con argumentos sentimentales y vacíos de valor racional. El problema de la pobreza no se soluciona con una donación a los necesitados, ya que es un problema de desarrollo que requiere un flujo permanente de recursos.

Reprochar la falta de sensibilidad de la IC para con los pobres no es más que una injusta calificación. No existe ninguna institución que haya aportado y esté aportando tanto bien al mundo y en particular a los pobres como la IC. La lista de labores asistenciales que presta en todo el mundo por manos de misioneros, religiosos y voluntarios es realmente impresionante. Ayudas que llegan incluso donde los servicios estatales y las ONG no alcanzan.

Establecer una relación crítica entre la pobreza y las riquezas de la IC en algo que no resiste el más elemental análisis racional. Usar a los pobres para atacar la IC es, cuando menos, una broma de muy mal gusto, sobre todo viniendo de quienes nunca han hecho nada por los pobres.