Si los primeros días todo fueron quejas cuando la presidenta doña Monsi, con la connivencia de Carmela, recién nombrada directora general de Asuntos Internos del edificio, colocaron una lavadora comunitaria en el portal para hacer la colada, lo que pasó en los días que siguieron tuvo más que ver con una experiencia espacial. Aquel armatoste descomunal era más difícil de programar que una nave Soyuz. La cantidad de botones que tenía daba vértigo y ninguno se atrevía a tocarlos. Temíamos que si nos equivocábamos acabaríamos conectando la máquina y, entonces, el edificio entero saldría propulsado con destino a algún planeta lejano.

-Yo creo que estos aparatos ya vienen preparados para que metas la ropa y le des la orden de viva voz -dijo Úrsula, desesperada porque solo le quedaba una faja limpia para toda la semana.

-Sí, claro. Hola, maquinita: quiero que laves, enjuagues y centrifugues mi ropa de color a la de tres, dos, uno -bromeó Eisi, que es el menos afectado por la situación, ya que su cambio de ropa coincide con el cambio de estación.

-¿Por qué no dejamos de especular y alguien se pone a estudiar el manual de instrucciones a ver si averiguamos cómo se pone en marcha la maldita lavadora esta? -sugirió la Padilla.

-Es que solo viene en chino -se lamentó María Victoria, que ha vuelto a enfundarse en sus "leggins", a pesar de que el médico le dijo que, de seguir usando esos pantalones tan ajustados (cuatro tallas menos), sus muslos podrían sufrir colapso inmediato por asfixia severa e irrevocable.

A falta de un jefe de control, como supongo habrá en la NASA, y como primera medida, se nos ocurrió que Xiu Mei, la esposa de Bernardo el taxista, podría traducirnos las instrucciones, pero, esa misma tarde, la mujer había ido al oculista y llegó con las pupilas dilatadas con lo que no podía enfocar y, la verdad, es que temimos que, entre su español, que todavía es ininteligible, y su despiste habitual, pulsáramos una combinación de botones que, en lugar de lavar la ropa, terminara cocinándola.

Los días iban pasando y la cantidad de prendas acumuladas y olorosas en el edificio iba aumentando, así que decidimos buscar una solución. A Úrsula se le ocurrió que hiciéramos una prueba con unas sábanas viejas hasta dar con la combinación correcta de lavado.

Esa misma tarde, la Padilla bajó unas que había heredado de su tía Desconsuelo. Sí, se llamaba así. Al parecer, la mujer se cambió de nombre después de que el que iba a ser su marido la dejara plantada a las puertas de la iglesia. Ella, compuesta y sin novio, dejó entonces todas sus pertenencias a sus tres sobrinas y se encerró en un cuarto a llorar durante cuarenta años.

Las sábanas tenían unas flores diminutas, tanto como sus lágrimas. Eran de color verde y amarillo y le daban un aspecto de prado primaveral un tanto agobiante.

-¿Y, ahora? -preguntó María Victoria, ansiosa por pulsar los botones.

-Aparta, insensata -le gritó Eisi, interponiéndose entre ella y la lavadora.

-Pero ¿qué haces?

-No ves que esto puede explotar. Hay que estar prevenidos -dijo Eisi, enfundado en un aparatoso casco de moto.

-Pero, por favor, que es una lavadora, no un cañón -se quejó Úrsula, que se lanzó sobre la máquina y empezó a pulsar botones sin control.

La lavadora empezó a iluminarse y a emitir un ruido ensordecedor. María Victoria, la Padilla y Eisi subieron las escaleras huyendo de un posible accidente, pero, a mitad de camino, Úrsula les avisó de que ya había terminado el lavado. Regresaron al portal con desconfianza. Cuando comprobaron que el peligro había pasado, abrieron la lavadora y rescataron las sábanas. Estaban impolutas. Tanto, que no ni siquiera había rastro de las florecillas.

-Qué disgusto -pensó la Padilla-. Si tía levantara la cabeza.

-Qué guay -comentó María Victoria-. Tiene acción borradora total. Voy a meter una blusa, que tengo con unos cuadros horrorosos que no me gustan nada.

Úrsula intentó recordar la combinación y empezó a pulsar de nuevo los botones sin ton ni son. Otra vez, el despliegue luminoso y el ruido, pero, en esta ocasión, nadie se movió. Cuando terminó el lavado, María Victoria rescató la blusa del interior de la lavadora. Habían desaparecido los cuadros, pero, a cambio, llevaba las flores de las sabanas de tía Desconsuelo.

@IrmaCervino

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