En esta España de talibanes con casaca de justiciero, yo me alegro por Iñaki Urdangarín y por la infanta Cristina. Claro que sí. La salida de su calvario ha empezado y alegrarse del mal ajeno es de mediocres. Esta pírrica democracia no ha sabido enfrentar la locura de los populistas. Y esto parece cada vez más evidente. Así le ha ido a la Casa Real, la del jefe del Estado: el Rey. Pero en esta España que dominan los progres y los chachones, la Corona importa poco. Seguramente porque no saben nada de ella ni saben nada de nada.

Hoy, cientos de descerebrados detestan la sentencia del caso Noós sin tener ni puñetera idea de cuál es su trama. España le ha otorgado a demasiado rebenque un poder jamás imaginado. Pero es que, además, todos estos que hoy escupen sobre la Casa Real, las decisiones de la Justicia o la prensa también lo hacen sobre las aceras, porque son unos indeseables que no paran de escupir. Son los mismos que han lapidado a los duques de Palma sin necesidad de un juicio previo. Estos que van de divinos libertadores, acabaron con Rita Barberá en vida, mucho antes de que falleciera. Y yo no me los quiero tragar. La tropa de la que hablo está o fuera del sistema o abducida por los charlatanes de feria que sí están fuera. Y aquí, mal que pese, aún vivimos de la separación de poderes de Montesquieu. Incluso cuando demasiado perroflauta disfrazado se quiere ahorrar el papeleo.

@JC_Alberto