Para sentenciar, olvida los sujetos y acuérdate de la causa, escribió Epicteto de Frigia en el siglo I. No sé si las magistradas siguieron el consejo en el primer juicio a una infanta de España, y, a la vez que la absolvieron, condenaron a su esposo -con todos los atenuantes- por pícaro trincón de fondos públicos. Samantha Romero, Eleonor Moyá y Rocío Martín redactaron una sentencia extensa, razonable para unos y lo contrario para otras. Las tres juezas tienen a favor a los juzgados y a los "partidos de la casta"; en contra, a los demás, con la excepción de Juan Pedro Yllanes, miembro de Podemos, que hubiera presidido el tribunal de no haber solicitado la excedencia para debutar como diputado.

Sólo se juzgaron los delitos de Baleares -los imputados en Madrid y Valencia se fueron de rositas-, y al solitario castigo de Jaume Mata -tres años y ocho meses- se unen otras sorpresas como el notable recorte de las peticiones del fiscal Horrach, cuya actuación fue determinante en la absolución de Cristina de Borbón y que, por otra parte, vio que la pena solicitada para Urdangarín quedó en la tercera parte.

Se esperaban las leves sanciones para quienes colaboraron con la Justicia -ninguno entrará en prisión- y la exculpación -con multa por responsabilidad civil como la hija del rey emérito- de la mujer de Diego Torres, que, por su parte, superó el tiempo de prisión de su socio, el depuesto duque de Palma.

Razones y paradojas, a gusto de calificadores, engordan la tripa del famoso sumario, que, según parece, no aclara dónde está ni si se puede recuperar el caudal sustraído. Después de una década de denuncias, negaciones, sainetes y esperpentos, de la compleja y torpedeada instrucción del juez Castro, vemos una pálida luz en la sombra y el marasmo; una sentencia histórica, polémica, satisfactoria para algunos e insuficiente para otros, y recurrible, como no podía ser de otra manera. Nadie puede apostar por un punto final a la desafección y al desencanto que, en medio de la mayor crisis económica, provoca este caso en el común de los mortales, que observa que las sanciones por los robos de guante blanco son más benignos que los de gallinas y bicicletas, por ejemplo.