Expresaba nuestro alcalde hace unos días, junto con los ediles Acha y Moliné y el presidente del CICOP, Matrán, que el desconocimiento de nuestra historia originaba en cierto sector de la población un sentimiento destructivo capaz de arrasar con todo lo creado en nuestra existencia ciudadana para ensalzar o venerar cualquier sucedido histórico de relevancia. Lamentablemente esto ocurre así, por culpa de un nutrido grupo de desalmados analfabetos que, cuando llegan los fines de semana y empuñan el botellón junto con la droga, se convierten en auténticos vándalos atentando contra todo el patrimonio mobiliario y urbano de la ciudad; convirtiéndolo en un acto de machismo absurdo e intolerante, en objeto de grabación con un móvil para atribuirse la fechoría y presumir así de osados ante sus congéneres. Y esto se percibe tras el mínimo acto de sostener una leve conversación con cualquiera de estos engendros, carentes de educación familiar y víctimas involuntarias de matrimonios rotos o parados de larga duración, en correspondencia con una crianza ajena a la enseñanza escolar, de la que desertan de inmediato por propia iniciativa y dejación paternal. Este es, llamémoslo así, el subproducto resultante de toda esta mescolanza de despropósitos, donde permanecer acampado varias noches para comprar una entrada a un acto del Carnaval resulta más enriquecedor que visitar un museo un fin de semana de forma gratuita, y es infinitamente más rentable que escuchar una sarta de palabrotas mal rimadas -porque la mayor parte de los letristas tienen nula noción de la métrica y la rima- que sólo persiguen zaherir a un determinado personaje público como un acto de impotencia revanchista para cosechar el aplauso de los espectadores resabiados. Para mí, que he sido testigo mudo de estas zafiedades, las califico de deplorables en toda regla.

Pese a estas inopias, conozco a docentes o tertulias con vocación de enseñanza que han sido capaces de promover iniciativas de reconciliación con la historia local, organizando recorridos de formación cultural por los lugares más emblemáticos de la ciudad, para aprender a valorarla en la medida de su contenido. Por contraste, he sido testigo de padres sin formación que obsequian un móvil de última generación, comprado a plazos a su malcarado retoño, para que disfrute de todo, menos de estudiar, intercambiando mensajes hirientes con sus coleguillas. ¿A quién culpabilizar, entonces, de tantos despropósitos? ¿A los padres, a los profesores o al círculo social en donde se relacionan y conviven? Como seguidor de las secciones culturales de los periódicos, de las que he aprendido y espero aprender muchas experiencias, que indudablemente no podrán ser mayoritarias en un periódico local, porque la diversidad de gustos de los lectores va desde la resolución de un crucigrama hasta las sentencias por fraude fiscal o malversación de fondos públicos de algún personaje de la política o el deporte, así como las disparatadas declaraciones del nuevo "anticristo" Donald Trump, y su encubierta xenofobia hacia los que no tienen igual raza o credo, olvidando, quizás, cómo llegaron sus antepasados a colonizar su país.

Concluyo haciéndome eco del intencionado interrogante de esta Casa sobre los inexistentes patos de la plaza del mismo nombre, antigua Piedra del Rey inaugurada por Alfonso XIII y concebida como un estanque con la efigie de una garza y un chorro central en cuyo alrededor habitaban algunos patos. El proyecto inicial de construir un monumento al general tinerfeño O''Donell fracasó por no poder reunir las 15.000 pesetas del coste. En su lugar se realizó una copia de otra plaza del sevillano parque de María Luisa; iniciativa de otro general, Pedro Méndez de Vega, y algunos comerciantes destacados de la ciudad que apoyaron la obra publicitando sus productos en los espaldares de los bancos de mosaicos de la cerámica hispalense Santa Ana. La plaza permaneció intacta durante décadas hasta que el incivismo de los citados gamberros le produjo un gran deterioro, en el que llegaron a robar algunas ranas y romper el cisne del motivo central. No fue tarea fácil volver a los viejos diseños para lograr otra reproducción exacta, aunque finalmente se consiguió. Así, pues, resulta evidente que no se puede proteger lo que no se conoce.

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