Las comunidades andan ahora a la greña discutiendo por qué unas tienen menos impuestos que otras, aunque en realidad el grueso de su financiación -mucho más del ochenta por ciento- viene de los fondos que recauda el Gobierno central.

Desde hace ya muchos años, cada Comunidad ha hecho de su capa fiscal un sayo a su medida. Unas han puesto impuestos especiales, otras han subido algunas figuras fiscales buscando hacer caja y otras cuantas decidieron bajar sus impuestos a la actividad económica buscando la implantación de industrias y empresas. Comunidades como el País Vasco -con soberanía fiscal- o Madrid han apostado por condiciones fiscales ventajosas para la instalación de nuevas actividades empresariales. Otras, como Andalucía, desesperadamente necesitadas de fondos, han apretado todas las tuercas fiscales posibles para mantener el andamiaje de ayudas sociales con el que vive una buena parte de la población. El paso del tiempo ha producido que en el País Vasco y Navarra se registren los mayores índices de prosperidad mientras Andalucía se sitúa a la cabeza de todos los indicadores negativos.

Los impuestos son esenciales para mantener cualquier país. Dicen los expertos que el Estado Fiscal es el verdadero Estado. Si no existe dinero para pagar a los funcionarios y empleados públicos, a los jueces y sanitarios, al ejército y la policía, el poder del Estado se disipa. Así que el Estado necesita recursos de los ciudadanos a los que garantiza que devolverá (una parte) en servicios públicos como la salud, la educación o la asistencia social.

La realidad es que para acceder a la salud tenemos que hacer colas kilométricas y para comprar medicamentos nos aplican un repago. Las colas, por cierto, no existen nunca a la hora de pagar impuestos. Y los retrasos de un ciudadano a la hora de pagar se castigan con enormes recargos y multas que no existen cuando es la administración la que se retrasa con sus ciudadanos.

La gente ha llegado a admitir los impuestos como parte del paisaje. Y como algo justo. Por eso cuando pagamos un euro de gasolina no nos parece importar que en realidad medio euro sea gasolina y otro medio sean impuestos. La mordida del Estado para un trabajador que gana veinte mil euros al año, sumando todos los impuestos y cargas fiscales, es de unos nueve mil euros. No está mal.

Los impuestos gravan actividades del ser humano. Ventas, rentas, intercambios comerciales... Cuando un padre muere y deja a su hijo una casa, que Hacienda hinque el diente en la herencia atribuyéndose derechos es un robo. Los ciudadanos ya pagan impuestos por su patrimonio donde se incluyen las viviendas. Y pagan el maldito IBI. Pero el Estado, como las funerarias, piensa que también hay negocio en la muerte. Por eso quiere picotear en los bienes que dejamos a nuestros hijos. El impuesto sobre las herencias es una apropiación del Estado de bienes que ya habían pagado sus cargas fiscales. Es robarle a un cadáver.