Tengo por norma en mi forma de proceder ser respetuoso con las opiniones y comentarios de quienes me ofrecen su punto de vista en cualquier situación, incluso en las exposiciones que EL DíA me permite publicar quincenalmente en su sección de "Criterios". Opiniones que, aunque no siempre las comparta, valoro y acepto porque no todos podemos estar de acuerdo constantemente ni coincidir sobre cualquier asunto, especialmente cuando suscitan polémica por referirse a posturas opuestas.

Aclarado esto pasaré a exponer mi divergencia con respecto a quienes difieren de lo que expuse en mi artículo publicado el pasado día 16, titulado "Las riquezas de la Iglesia".

Me resulta muy injusto que se critique a la Iglesia católica (IC), acusándola de poseer riquezas en sus templos, imágenes, museos, etc., cuando en el mundo hay muchos seres que pasan hambre, enfermedades y calamidades. Esto, dicho así, parece, cuanto menos, una actitud contradictoria de la IC para con lo que pregona con respecto a los necesitados, sin embargo, merece si no una justificación -que parecería injustificable- sí al menos, una explicación.

Cualquier persona que visite un templo católico, desde el Vaticano hasta catedrales, basílicas, iglesias, etc., observará que en su interior se hallan esculturas, cuadros, incluso joyas expuestas en algunas imágenes sagradas. Asimismo, en diversos templos también se exponen, formando parte de su museo, cálices, custodias, coronas, tronos, etc., que constituyen el llamado tesoro. Todos estos objetos proceden mayoritariamente de donaciones hechas a lo largo de los siglos por fieles devotos que han querido ofrecérselos a la IC como ofrenda de gratitud por favores recibidos de la divina providencia. Objetos que conforman el patrimonio no solo de la IC, sino de todos los fieles. ¿Y por qué no se vende todo eso? La respuesta es obvia, porque tratándose de donaciones y objetos patrimoniales no se pueden subastar o vender. Supongamos que algún fiel devoto, en agradecimiento a un favor concedido, ofrece a la Virgen de Candelaria, por poner un ejemplo, una pulsera, un anillo, una cadena, etc. de apreciable valor. ¿Creen Uds. que su donante estaría conforme con que la IC se desprendiera de dicha prenda?

Aclarado esto, pasemos a la implicación de la IC con los pobres y necesitados. Nadie puede reprochar a esta institución su desinterés por las personas que en infinidad de países en todo el mundo lo están pasando mal y necesitan de asistencia para sobrevivir y tener una mínima calidad de vida que los estados no pueden o no alcanzan a proporcionar. La IC, a través de los cientos de miles de labores asistenciales que presta con recursos procedentes de donaciones hechas por sus benefactores y sobre todo, por lo que éstos le donan en su declaración del IRPF, atiende y mantiene escuelas, guarderías infantiles, hospitales, dispensarios, orfanatos, asilos, albergues, comedores, etc. Solo en España la IC le ahorra al Estado cada año en torno a los ocho mil millones de euros, equivalente al 1% del PIB, por lo que si esta sagrada institución dejara de atender todas las prestaciones que realiza a través de Cáritas parroquiales y diocesanas, al Estado le plantearía un grave problema económico y social. Pero es que, además, la mano protectora de la IC se extiende y llega a infinidad de países necesitados de ayuda, a través de misioneros, religiosos y seglares.

Así pues, la IC jamás se ha desentendido de los pobres y necesitados de España y en la ayuda, promoción y desarrollo del Tercer Mundo. No existe ninguna institución social, ni política, ni siquiera religiosa, que tenga a miles de sus miembros, hombres y mujeres dedicados a esta noble tarea como tiene la IC.

¡Cuánta demagogia y cuántas insidias se vierten contra la IC!