Era muy pequeña. Con tan solo 5 años la instruían para que estudiara, se formara en los valores europeos y fuera una mujer independiente, sin necesidad de subordinarse como lo hicieron su abuela y su madre a algún hombre con buenos tercios. Sus padres hicieron bien el trabajo, pero se encontraron el mayor inconveniente al que puede enfrentarse un ciudadano: una sociedad injusta e intencionadamente machista.

Vencidos los tiempos en blanco y negro donde Clara Campoamor emocionaba en su discurso ante las Cortes el 1 de octubre de 1931, miles de mujeres de nuestra época siguen mirando sin tanta lejanía el mérito de muchas de sus compañeras que dieron la vida a cambio de un puñado de libertad. Mujeres brillantes, luchadoras y adelantadas a su tiempo que dignificaron la entelequia de la igualdad para acercarla a una sociedad que daba la espalda a madres, mujeres e hijas.

Aún hoy debe ser necesario recordar el valor de Teresa Claramunt, una anarcosindicalista muy ordenada en sus objetivos que ennobleció el trabajo textil en toda su dimensión. Con pluma fina, la literatura empuñó las letras de la mano de Pardo Bazán para convertir la denuncia social en arma de educación para la emancipación de la mujer. Desde el orgullo de la revolución negra, Angela Davis nos dijo "no" a la segregación racial, a la opresión y al patriarcado para vislumbrar nuevas posibilidades que de otro modo nunca habrían surgido ante nosotros, mientras al otro lado del mundo Rigoberta Menchú dignificó la lucha indígena y acercó la paz en una Guatemala dividida.

Desde Tenerife el divorcio se convirtió en "una medida higiénica" gracias al inolvidable discurso de Mercedes Pinto en la Universidad Central de Madrid, una obra que chocaba de forma directa con el puritanismo que reinaba en una España oscura. En la ciencia, un campo vetado a la mujer, emergieron figuras como Rosalind Franklin, que descubrió por primera vez la estructura del ADN, o Lise Meitner, judía en la Alemania nazi cuyo empeño en estudiar la fisión nuclear le suscitó más problemas que alegrías.

En otro plano, en otra dimensión más realista, cercana y dura se encuentran las otras mujeres. Aquellas luchadoras que trabajan en silencio; las que tuercen sus lomos por 5 euros la hora, las que crían a sus hijos sin el reconocimiento económico del trabajo doméstico, ellas, tus vecinas, las señoras que ves, saludas y desconoces su mérito. Que la batalla no sea en vano; evitemos abandonar que no hace mucho tiempo la mujer casada no era dueña de los ingresos que generaba su trabajo; que no olvidemos que necesitaban autorización de sus maridos para realizar actividades comerciales, siempre y cuando no fueran las del consumo doméstico; que no dejemos en la memoria un código penal que castigaba la desobediencia femenina a sus cónyuges con la cárcel.

Lo vemos a diario, el techo de cristal sigue estando vigente, no como un concepto abstracto, sino tangible y perfectamente integrado en nuestra sociedad en el ámbito público, político, económico y académico. No le pongan calles a Clara Campoamor; mejor, sigan su ejemplo para que la igualdad no sea una aspiración inalcanzable.

@LuisfeblesC