Desde el año 2011 hasta hoy, la asignación de recursos del Estado para los servicios de salud ha disminuido en torno a los diez mil millones de euros. En el caso de Canarias, nuestra Comunidad es la peor financiada de España, siendo que la prestación de servicios en las Islas -por nuestro bendito hecho archipielágico- encarece la prestación de los servicios de los que recibimos, que tienen un déficit (lo que nos cuestan contra lo que nos dan) de 625 millones año.

El Gobierno canario ha destinado este año 2.700 millones a la Sanidad, un presupuesto mayor que el del año pasado, pero que está aún por debajo de lo que se gastaba en 2009 (casi trescientos millones más) y por debajo de las necesidades reales del servicio.

Sobre estos hechos se puede construir toda la demagogia del mundo. Podemos discutir si hay que dedicar íntegramente los 7.000 millones del presupuesto de Canarias a nuestros enfermos (y que el resto de las áreas se vayan a freír puñetas) o debatir eternamente si con el dinero que hay en la actualidad y una mejor gestión se pueden conseguir mejores resultados.

Pero la cuestión es otra bien distinta. España es la que tiene que garantizar a sus ciudadanos de cualquier territorio una misma calidad sanitaria.Y eso no existe. Es la primera muestra de un Estado fracasado. Las urgencias de nuestras obligaciones ante Europa han obligado a todos los gobiernos -y digo todos- a pasar por el aro de los recortes. Seguimos recaudando menos dinero del que nos gastamos, seguimos pagando cerca de treinta mil millones al año en intereses por una deuda que supera el billón de euros y seguimos dependiendo del Banco Central Europeo para que nuestros acreedores no nos coman por las patas.

Los males vienen de arriba hacia abajo. La dependencia de Canarias de la financiación del Estado es una evidencia tan aplastante como nuestra necesidad de mantener a trancas y barrancas el sistema de subvenciones, ayudas y compensaciones que nos permiten respirar. Después de cuatro décadas de feliz autonomía, podemos decir que esta tierra, sin el flujo de solidaridad que nos llega de Europa y de Madrid, estaría más colgada que una paraguaya.

Escuchar la insoportable levedad de la oposición dando lecciones de cómo solucionar los problemas de la Sanidad de Canarias es estomagante. Porque uno tiene la íntima convicción de que si cualquiera de los que hablan estuviera gobernando, seguiríamos teniendo los mismos o peores problemas. Y no sólo la convicción, sino, en algunos casos, la evidencia, porque muchos ya han estado gobernando sin que su paso por la poltrona cambiara en lo más mínimo los problemas de nuestro archipiélago.

Si siete náufragos van en una balsa sólo con un litro de agua, se pueden poner de acuerdo en el reparto, pero al final siempre habrá un litro a repartir. La futilidad de los debates se basa en que todo son fuegos de artificio electoral. Lo que hace falta es más agua, coño. Y eso lo ve hasta el ciego de la balsa.