Así ha ocurrido desde el principio de los tiempos y así será hasta el día del juicio final. Es desigual en lo que se refiere a la abundancia, a la fuerza, a la salud y hasta el amor. Sin ir más lejos, somos fruto de un caprichoso azar genético que nos condiciona y que nos mantiene vivos más o menos tiempo. Pero la injusticia es el motor que ha movido el mundo a través de los tiempos. Como sociedad o como individuos, siempre hemos querido ser otro; incluso, sin sopesar las adversidades a las que ese otro está sujeto por ser él. Ser el que no somos va en la condición del ser humano. Las fronteras, la tiranía o el hambre han sido las razones de los pueblos para levantarse y derribar los muros, y cada una de ellas es hija de la desigualdad.

Vivimos sujetos a la teoría de los opuestos: los pobres quisieran ser ricos, los ricos quisieran ser pobres, los hombres quieren ser mujeres, las mujeres quieren ser hombres, los solteros quisieran estar casados, los casados quisieran estar muertos... Supongo que en este mundo inconformista impera la teoría de los opuestos como manera de enfrentar el día a día. Y no sé, esto es lo que le debemos de dar de comer al alma, aunque reconozco que la mía querría pasar muchos de sus días comiendo en cuerpos ajenos, al menos a modo de investigación. Todos, fruto de la comparación y la desigualdad, desearíamos vivir la vida de otro que envidiamos. Y si bien esto es verdad, ya lo decía el francés Balzac: "La igualdad es un derecho, pero no hay poder en la tierra que pueda hacerlo un hecho". Y así, queridos amigos, se escribe la Historia.

@JC_Alberto