Los presidentes de gobierno, los ministros, las autoridades en general, siempre dicen que no tienen miedo después de que haya un atentado terrorista. Igual es que ellos llevan escolta y van en coches oficiales, algo que ayuda a quitar el canguelo. Pero lo que es la gente normal, cada vez que pasa algo nos cagamos en los calcetines.

Porque, amigos, ha llegado el terrorismo de las rebajas. Lo último que nos podíamos esperar. Ya no estamos hablando de barbudos con ojos inyectados en sangre que ametrallan a los infieles (o sea, a nosotros). Ya no necesitan fabricar bombas ni armarse con fusiles ametralladores rusos. Esto es terrorismo doméstico que lo mismo atropella gente con un coche alquilado, como en Londres, que nos apuñala con un cuchillo de cocina o que nos mata a golpes con una cafetera. La entrada al paraíso para todos estos sonados ya incluye un bono de la planta del hogar del Corte Inglés.

Pedirle a la gente que no tenga miedo es una estupidez. Lo que hay que pedirle es que lo superen. Porque el miedo no se puede evitar: lo que se puede es vencer. Y el miedo es inevitable cuando uno sabe que en cualquier momento, en cualquier lugar, un asesino solitario puede causar una matanza.

Los medios de comunicación -que son un ciego e insensible mecanismo- constituyen el inevitable mejor aliado del terrorismo. El maldito lenguaje transforma a los criminales en "lobos solitarios", dándole una pátina heroica al asesinato. No es lo mismo que los medios te traten como un demente y te pongan en las páginas de sucesos a salir en las portadas como un terrorista islámico. Con cada atentado se dedican innumerables horas a describir las horrendas consecuencias de las masacres y la deriva extremista del asesino que un día fue un tipo normal.

En el mundo de los medios de comunicación de masas y las redes sociales, el terrorismo se mueve como pez en el agua. Tienen asegurado el éxito en cada función. Y para conseguir adeptos sólo tiene que pescar pacientemente en ese inmenso caldo de cultivo de gente descontenta, insatisfecha o susceptible de caer en las redes del espejismo en el que tantos otros y otras cayeron antes que ellos: que existe una causa grandiosa por la que merece la pena matar y morir.

Desde que el mundo es mundo, la gente ha matado en nombre de religiones y dioses imaginarios. Asesinar en nombre de dios es un clásico. Que en el siglo XXI el ser humano aún siga siendo un mono sacudido por los espasmos mágicos de los rayos y las tormentas tiene su cosa. Pero es lo que hay. Los gobiernos nos piden que no tengamos miedo. Lo tenemos, pero los titulares apenas duran una semana. Nuestra mejor defensa es la amnesia de esta sociedad de consumo. Los gobiernos democráticos no pueden impedir que nos maten cuando quieran y donde quieran. Pero los terroristas, a cambio, no pueden impedir que en un par de días olvidemos sus atrocidades. Estamos empatados.