Hermanos contribuyentes. Hoy nuestras almas se elevarán más fácilmente, descargadas del peso de las dudas. Al fin sabemos que el dinero que hemos pagado por las multas con que nos han ordeñado durante los últimos días ha servido para ponerle tarima flotante, armario empotrado y nuevo baño al pisito del director general de Tráfico: unos cincuenta mil del ala. Claro que eso no es nada. La DGT cobra al año unos cuatrocientos y pico millones de euros en multas. La de pisitos y baños que se pondrán con ese picotazo al bolsillo de los conductores españoles.

Ya es sabido que los trabajadores de las administraciones públicas cuentan con unas condiciones distintas a las del mercado privado. Los funcionarios no pueden ser despedidos con facilidad. En muchos cuerpos -educación por ejemplo- se jubilan a los sesenta años. Tienen su propio sistema de asistencia sanitaria, hay trienios, pluses, complementos de destino, etcétera. Los sueldos públicos son por lo general un 20% superiores a los que se cobra en la actividad privada (son datos del INE). Pero también hay que añadir que los sueldos públicos en nuestro país son de los más bajos de la Unión Europea, en justa correspondencia a que los privados son, asimismo, los más paupérrimos.

En el caso de los guardias civiles, un cuerpo militarizado, se supone que tienen acceso a una vivienda allí donde son destinados. Claro que lo de las "casas cuartel" pasó de sustituir en el umbral aquello de todo por la patria por "en peligro de ruina". Pisos viejos, venidos a menos, a menudo cutres y con urgentes necesidades de reforma que nadie acomete.

A los guardias civiles no debe haberles hecho mucha gracia el espectáculo de estos últimos días. Las informaciones que consideraban un escándalo el arreglo de un piso para el director general de Tráfico no fueron contestadas con un contundente "por supuesto" o "es falso", sino con un espectáculo pirotécnico donde todo el mundo intentaba quitarse el mochuelo de su olivo. Hasta Pablo Iglesias vio dónde hincar el pico y se lamentó de los pobrecitos guardias civiles, que van sin chaleco antibalas mientras los diputados se embostan a dietas..., ay, perdón, ¡qué digo! (es que me pierde la demagogia)..., mientras se gastan 50.000 euros en la supuesta vivienda del director de la inquisición sobre ruedas.

El peripatético asunto de la vivienda -que será o no será, qué más da- ofrece una aborrecible claridad sobre el deterioro de nuestra vida pública. Ya no existe nada que aguante la exposición a los medios de comunicación. Nadie quiere asumir el desgaste de una decisión ni las consecuencias de tomarla. ¿Es legítimo que el director general de Tráfico tenga una vivienda? ¿La tienen los ministros, los secretarios de estado o los restantes directores generales?

Cada día, a cada hora, brotan noticias aquí o allá que nos revelan los entresijos de la casta. Una densa selva de la que nadie tiene una visión general. Los miles de millones de euros que el Estado se gasta cada año en sostener el chiringuito están hechos de casos como este. De tarimas flotantes y mampostería.