Había regresado a Francia (por aire), pero no había cruzado la frontera del Bidasoa -los pasos de Hendaya y Behobia- desde hacía décadas. No me podía imaginar la inexistencia de puestos fronterizos, sin gendarmes ni guardias civiles. Aún menos en el puente de Santiago en Hendaya. Pasé muchas veces por allí de joven. Recuerdo la tricolor en el puente recortada sobre un firmamento azul radiante, cuando es imposible que yo aprovechara esos cielos para pasar al "otro lado" como dicen algunos vasco-españoles. El color del cielo era un color emocional: librarte de la Dictadura y pasar a la libertad.

Uno puede imaginar que, abolidas las fronteras, al menos las zonas transfronterizas serían más homogéneas y comunes, máxime cuando ves completamente desmantelados los negocios y servicios aduaneros: ¡pues no! Aunque no se vea una sola bandera española (tanto quemarla, para nada) ni francesa, entrar en Hendaya es entrar donde siempre, todo sigue igual: las casas, la estación del ferrocarril, los comercios de enfrente, el frontón y, sobre todo, ese ambiente y atmósfera tranquila que siempre te ha hecho sentirte en Francia.

De Hendaya a Bayona ves rotulado en vasco algunas direcciones. En Bayona solo oyes hablar francés y a lo sumo español. Los jóvenes en el exterior del mercado que toman el aperitivo solo hablan francés. Al camarero del bar del teatro central le preguntamos si habla vasco, y pone cara de total extrañeza y lejanía.

Lo único que puedes pensar es en la fuerza absoluta de la realidad, que se puede domeñar y acaso suspenderla, pero no abolirla, porque vez tras vez acaba restaurando sus fueros. El gran contrincante de la realidad son las quimeras, sueños, fantasías, deseos. Que tienen todos que ver con las insatisfacciones e insuficiencias de la vida, que sirven para sublimarlas.

Decía Walter Benjamin que la historia no son solo las páginas brillantes, monumentos conmemorativos, epopeyas realizadas, sino también o sustancialmente los desastres ocasionados, el conjunto de pérdidas irreparables sufridas. Paseando por Bayona me acuerdo de esas ideas, incluso de extenderlas. Visitamos la catedral de Bayona y sus magníficas vidrieras. Esa catedral durante el franquismo fue lugar de numerosas huelgas de hambre y encierros. Nada hace recordar, ni el lugar, entorno, gente -creo que ni siquiera internet dispone de imágenes-, aquellos hechos. Lo mismo pasa en la calle Poinecau, donde a finales de los 70 los etarras y amigos tomaban vinos como si estuvieran en Zarautz o Lekeitio. Tampoco queda rastro. Una tétrica historia de sangre inocente, vertida sin ningún sentido.