Tres siglos después de la firma del Tratado de Utrecht, por primera vez la Vieja Europa reconoció a España el derecho de veto en cualquier decisión comunitaria sobre Gibraltar. Y como siempre que entra en debate la situación de la colonia, los sectores más rancios del integrismo británico y el delegado del negocio demostraron quiénes son, cómo actúan y qué representan.

Para ofensa a cualquier inteligencia, Michael Howard -un líder "tory" jubilado y pasado de rosca- amenazó con la armada británica ante cualquier acción española o europea. "Theresa May actuará igual que su antecesora Margaret Thatcher -dijo poco más o menos- en la recuperación de las Islas Malvinas". Como apostilla a la invocación de una guerra penosa e inútil, ocurrida hace treinta y cinco años, con un saldo de mil muertos, el ministro de Defensa, Michael Fallon, afirmó después que "el Reino Unido defenderá el Peñón hasta las últimas consecuencias".

La bravuconada de Howard fue desautorizada con tibieza por miembros de su partido, que recordaron que "los lores hablan por sí y no en representación del gobierno", y con la risa floja, por la propia "premier", que, sin embargo, no aludió para nada a la inoportuna e innecesaria declaración de un miembro de su gabinete.

Con el flamante título de ministro principal y el interesado respaldo de los llanitos, Fabián Picardo reclamó, y reclama, desde la descarada insolencia que se gasta en el paraíso fiscal, que, consumada la salida del Reino Unido, todo siga como hasta hoy y alude al voto favorable de sus conciudadanos para mantener la excepción gibraltareña. De paso, el deslenguado capataz de la colonia arremetió contra el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, al que comparó con "el marido cornudo que paga con sus hijos la separación de su esposa". "No vamos a ser una víctima del brexit, ya que no somos los culpables del brexit: nosotros votamos a favor de permanecer en la Unión Europea, por lo que pagarlo con nosotros es permitir a España comportarse como un matón".

Al guirigay británico no se puede responder sino con la cohesión que, hasta ahora, muestran los socios, y en un proceso ordenado que zanje con reglas y números la separación antes de hablar de nuevas relaciones con la Unión Europea, que, en ningún caso, pueden perpetuar afrentosas anomalías, Gibraltar entre ellas.