Cuando salga este artículo son las vísperas del comienzo de la Semana Santa, llamada también grande o mayor; la última de la Cuaresma, que comprende desde el Domingo de Ramos, el próximo día 9, hasta el de Resurrección, el día 16. Como decía don Bernardo Álvarez Afonso, obispo nivariense, en el programa del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife sobre la Semana Santa del 2016: es la época del año en que la Iglesia Católica celebra los "misterios de la salvación" realizados por Cristo en los últimos días de su vida terrenal. Comenzando por su "entrada triunfal" en Jerusalén, el Domingo de Ramos, y terminando por su resurrección, el Domingo de Pascua, después de haber pasado por la pasión, la muerte, la sepultura y la resurrección, que ocupan los días del Jueves, Viernes y Sábado Santo y el Domingo de Resurrección.

Es fundamental que nos acojamos al perdón de Dios, reconociendo y confesando nuestros pecados ante un sacerdote, en el Sacramento de la Reconciliación. "Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas...". ¡Qué grandes son la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a Él! El amor de Dios se ha hecho visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible: ¡el amor! Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes, llevan consigo el distintivo de la misericordia. Nada de Él es falta de compasión (Papa Francisco). Jesús nos pide: "Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso". Cristo murió por nosotros pecadores, que necesitamos la misericordia de Dios. Quizás nos falte sentido del pecado y nos creemos buenos y, en consecuencia, no necesitamos de su misericordia. San Juan en su primera carta nos previene: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está con nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros". La Semana Santa es, pues, el hogar y escuela de misericordia. Entremos con fe al calor de este hogar donde Dios, como el Padre de la parábola del Hijo Pródigo, nos espera con los brazos abiertos.

Ahora voy a hacer algunas reflexiones sobre San José de Anchieta, nuestro santo lagunero, que el 24 de este mes hace tres años fue declarado santo por el Papa Francisco. Nació el 19 de marzo de 1534 en San Cristóbal de La Laguna y falleció en la aldea de Reritiba, hoy Aldea Anchieta, en 1597, con 63 años. Su padre fue don Juan de Anchieta y Celarayan, natural de Urrestrilla (Guipúzcoa), emparentado con San Ignacio de Loyola, y su madre doña Mencia Díaz de Clavijo y Llarena, hija de Sebastián Llerena, judío converso. Sus padres, llevados por la fama de los estudios de los jesuitas en la Universidad de Coimbra (Portugal), decidieron que el joven José marchara a Portugal a completar su formación, pues gramática, latín, matemáticas y ciencias había estudiado ya en La Laguna. Completos, pues, sus estudios en Coimbra, dedicándose al estudio y a la oración, destacando en el noviciado jesuítico donde estaba, por su ascetismo y oración ante el Sagrario, produciéndose una escoliosis en la espina dorsal por sus múltiples genuflexiones ante el mismo. El provincial de los jesuitas, aconsejado por los médicos, decidió que José de Anchieta partiera hacia Brasil, lo que realizó el 8 de mayo de 1553, con 19 años. El 13 de junio llegaba a Bahía de Todos los Santos, comenzando su labor apostólica. Este es un breve resumen de sus primeros años.

Del santo, misionero, presbítero y apóstol de Brasil José de Anchieta se cuentan por millares sus milagros, entre ellos su dominio de los animales. Cuenta la tradición que un viaje que hizo de Piratinga a San Vicente, ida y vuelta (120 km), "lo realizó en 10 minutos". Desarrolló una gran labor docente y de predicación de los evangelios en Piratinga, donde fundó un colegio, posible origen de Sao Paulo. Tenía grandes conocimientos naturalistas y de las artes; poeta con más de seis mil versos, numerosas obras literarias y de teatro (más de quince), estudios sobre la metereología, la fauna y la flora brasileña, con sus aplicaciones medicinales. En mineralogía, en 1554, escribía sobre el descubrimiento de gran cantidad de oro, plata, hierro y otros metales. Destacó en la lingüística, la antropología y la historia. Fue arquitecto, médico, ingeniero, literato y humanista, escribió en cuatro lenguas, una nativa, entre ellas su gramática. Aún no tiene, que yo sepa, una casa museo en su tierra natal: ¿les suena? Como A. de Betancourt.