Uno de los dramas del mundo contemporáneo es no poder ofrecer una filosofía común, compartida, que sirva para unirnos, comprendernos y facilitar una convivencia política en la que la dignidad humana se encuentre asegurada. Por eso alegra tanto encontrar pensadores que encaminen sus reflexiones hacia esos objetivos y esparzan su siembra contra el escepticismo que crece, abundante, en el suelo de la falta de convicciones, donde siempre se halla alguna justificación para todo, incluido lo absurdo y lo inmoral.

A esta disgregación, al nihilismo, se opone Josep Maria Esquirol en su libro "La resistencia íntima", Premio Nacional de Ensayo 2016, presentando una filosofía de la proximidad cuya tarea sea "pensar el movimiento contrapuesto que resista y venza al nihilista". O, con otras palabras, buscando "una hermenéutica del sentido de la vida; un intento de comprensión del trasfondo de la existencia humana".

Pretendo con mi reflexión recuperar en la convivencia aquello que la filosofía tiene tan complicado: una vida común respetuosa, cercana, próxima, preciosa y digna que renueve la vida social; aportando la siembra de nuestro ejemplo personal, porque eso es mucho. Y para ello, me sirvo de las notas que ofrece este filósofo premiado y de su idea de proximidad.

"Solo quien es capaz de soledad puede estar de veras con los demás", afirma Esquirol, para ahondar sobre la necesidad de ofrecer una resistencia íntima ante la dispersión en la que puede vivir una persona en esta "civilización del espectáculo", en el descriptivo término de Vargas Llosa, en la que podemos vagar por fuera de nosotros, en una vida desparramada. El resistente "quiere, ante todo, no perderse a sí mismo pero, de una manera muy especial, servir a los demás".

Reivindica, entonces, el ensayista catalán, el socrático cuidado del alma, el trabajo interior de sí mismo, para no ser marionetas de las modas intelectuales, peleles que han viajado y saben utilizar un ordenador, pero individuos sin peso interior propio, sin intimidad trabajada. "Pasión de leer: seguro contra la soledad muerta de los hueros de la vida interior", escribió Gabriela Mistral, y su sentencia quizá resulte cada vez más actual.

Pero Josep María Esquirol también explica que su filosofía de la proximidad "centra la atención en el otro -el amigo, el compañero, el hijo-, en el aire que se respira, el trabajo, la cotidianiedad...". Es decir, que une maravillosamente el silencio voluntario, la estatura interior y el servicio a los demás, de modo que, en conjunto, integran las piezas que hacen posible el combate contra la disgregación del yo y, en consecuencia, posibilitan la resistencia íntima que nos saca del nihilismo existencial y nos vincula con la humanidad hermana.

Por último, Esquirol, en su insistencia de batallar contra la superficialidad dominante, concretará a qué hay que resistir: "Al dominio y a la victoria del egoísmo, a la indiferencia, al imperio de la actualidad y a la ceguera del destino, a la retórica sin palabra, al absurdo, al mal y a la injusticia". Es suma, alejarse de quien critica todo pero no propone soluciones, de quien solo habla de actualidad y no posee un discurso de fondo sobre la vida, la muerte, el dolor, el destino, el sentido de la vida, etc.; por tanto, oponerse a quien va de frente contra quien en su fondo insobornable tiene creencias religiosas que tanto le ayudan en su labor de hermanarse con los demás.

"La gente sencilla lo ha sabido siempre: vale la pena resistir". Así escribe Esquirol para finalizar su obra, afirmando que ellos son los que saben que la reflexión filosófica forma parte de esa resistencia, y descubren "que la interrogación es también plegaria". La de Gabriela Mistral también es resistencia y proximidad: "¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra (...). Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto".

Por cierto, "Tierra" con mayúscula: maravilloso hogar común.

ivancius@gmail.com