Algunos nos desanimamos cuando nos topamos con personas que son del montón. Las reconocemos porque no se implican en nada, no afrontan los problemas, tienen una vida superflua y van caminando de puntillas sin mojarse en ningún asunto. Y de esto está el mundo lleno. Realmente, ser así no es una determinación personal de nadie, es una tara de inteligencia emocional que al final lleva a este nutrido colectivo a no ser tenido en cuenta. Y es por una sencilla razón: no van a dar la talla cuando se les necesite. No sé cómo se llega a salir del grupo de los de abajo, aunque supongo que nuestra propia existencia nos va enseñando, por un lado, cuáles son los valores esenciales del día a día y, por otro, quiénes son los de la vida del escaparate, la risita y la volatilidad.

En el trabajo, en la amistad o en la pareja, siempre serán unos buenos animadores del momento, pero no les pidas más. Si lo haces te frustrarás, porque ni tan siquiera entenderán qué demonios esperas de ellos. No saben ni de empatía ni de sacrificio, ni tampoco de esa orgásmica sensación que significa remontar un problemón en la vida. Sus pequeños escollos no resueltos parece que son siempre los mayores desafíos de la humanidad, y eso, a los otros, nos exaspera. En este mundo y lejos de los torpes, lo que tenemos que encontrar es a nuestros iguales; y es que, como me comentaba una gran amiga de siempre: la mediocridad oprime.

@JC_Alberto