Las once de la noche. Me meto en la cama deseando dormirme por el cansancio del día y saboreando la felicidad que proporciona coger la horizontal en un buen colchón. La cabeza repasa las cosas importantes del día y se prepara para el día de mañana. Me voy relajando e intento no pensar, solo relajarme, hasta que me duermo. Las tres de la mañana. Me despierto de golpe. Un pensamiento ronda la cabeza, la ansiedad sube, se ve todo negro. Intento dormir. No hay forma. Vuelvo a mirar la hora. La noche avanza y mis ojos abiertos como platos. Voy al baño, bebo agua e intento volver a relajarme. Nada. Ahí ya empiezo a pensar que me tendré que levantar en un par de horas y que no consigo dormirme. Qué horror, otra noche de esas. Entro en un estado de dormir ligero hasta que suena el despertador. Justo cuando parecía que había conseguido dormirme me toca levantarme, ¡encima con el día que tengo!...

¡Que levante la mano quien no ha tenido una noche de esas! Son realmente horribles. Al día siguiente, cuando llega la noche, uno va deseando dormir toda la noche completa. En algunos casos puede ser que vuelva a ocurrir; en otros, que ocurra en menor medida, y los más afortunados, que sea un hecho puntual. La realidad puede ser variada, pero el nombre es uno: ansiedad nocturna.

Salvo que las causas sean más biológicas, por ejemplo, irnos a la cama con hambre, haber visto una película de mucha tensión o acostarnos justo después de hacer una actividad deportiva con alta tensión muscular, lo más normal es que esa desagradable situación la produzcan el estrés al que estamos sometidos y cómo nos estamos enfrentando a él, y/o la ansiedad que producen nuestros pensamientos negativos en función de cómo nos vemos enfrentándonos al problema en cuestión y las consecuencias de no superarlo.

Nuestra maravillosa mente está diseñada para ser muy efectiva: durante el día atiende y gestiona miles de situaciones, está en un estado de hipervigilancia, trabajando en diferentes planos. De eso no somos conscientes. Es más, la mente resuelve más problemas cuando la dejas trabajar en segundo plano. No, no has leído mal: la mente encuentra las soluciones cuando no focalizas toda la atención en el problema. Un ejemplo sencillo: el llamado fenómeno de la punta de la lengua. ¿Cuántas veces te ha pasado de no encontrar esa palabra o nombre y decir lo tengo en la punta de la lengua? Venga a darle vueltas, y toda tu cabeza se centra en ello, y nada, no aparece, te obsesionas, y sigue sin aparecer. Buscas miles de trucos para que aparezca y la frustración aumenta, hasta que te rindes y dices "paso", ya aparecerá. ¿Has calculado, después de "pasar" y centrarte en otra cosa, cuánto tiempo tarda en aparecer esa palabra? Curioso, ¿no? Pues lo mismo ocurre con los problemas y la atención que ponemos en ellos, sumado que cuanta más presión sintamos en solucionarlo, menos vamos a conseguirlo. Las mejores soluciones aparecen cuando no se está pensando en el problema.

Lo que ocurre en la noche es bastante más diferente. Cuando nos vamos a dormir, nuestro cuerpo, primero de todo, necesita relajar musculatura, bajar temperatura y relajar la mente. Las funciones cerebrales durante el sueño entre otras son: memorizar, procesar, abstraer y generalizar las experiencias, sobre todo en la fase REM, dando lugar a descubrimientos creativos y mejora en la resolución de problemas. De ahí la típica frase "voy a consultarlo con la almohada". Nuestro cerebro trabajará durante la noche para buscar, colocar y ordenar las cosas, aportando grandes dosis de creatividad y así encontrar la solución más efectiva.

Entonces, ¿por qué me despierto?

El alto nivel de ansiedad o estrés que se está sufriendo mientras el cerebro está buscando la solución hace que despertemos. Quizás se está pasando un momento vital importante y hay varios frentes abiertos. Quizás hay un problema muy grave, quizás las consecuencias de algo que está a punto de ocurrir puedan ser nefastas, quizás nos vemos incapaces de poder enfrentarnos a lo que está ocurriendo, quizás... ¡puede haber tantos!, o no... Pueden ser reales, o no, puede que dependa de nuestro autoconcepto, o no.

La realidad es que la ansiedad depende mucho de cómo vemos nosotros el mundo y de cómo nos sentimos frente a él. Si, por ejemplo, nos despertamos por la noche porque hay algo que dejamos de hacer y nos produce insomnio, puede ser que seamos muy correctos y eficaces, y dejar de hacerlo no es nuestro comportamiento habitual; se nos pasó o no nos dimos cuenta, buscaremos la solución y afrontaremos la responsabilidad; si es viable, nos levantamos, lo hacemos y después volvemos a dormir; si no lo es, ya lo haremos al día siguiente. Gestionar la ansiedad es un entrenamiento diario, y conseguir superarla te hace vivir de otra manera y, sobre todo, dormir mejor.

* Psicóloga y terapeuta

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