Con más de 150.000 chicos tratados durante su carrera, el psiquiatra Javier Loño Capote me contó que el mar es la farmacia eterna de la humanidad. Se ha dejado una vida tratando desde la medicina la cabeza de los niños y me confesaba que son muy pocos los que teniendo contacto con el océano desarrollan taras mentales hijas de la violencia. Y si bien es cierto que por muy mal que uno esté, ni que lo remojen mil veces, la norma es la que él cuenta. Más de 35 años entre La Fe en Valencia y La Paz madrileña, lo atestiguan para concluir que el deporte en general, y el mar en particular, son los grandes compañeros de la cordura y la sanación.

Y allí andaba yo con un catarrazo endemoniado estos días de fiesta: con la cabeza como un bombo, el cuerpo entumecido y carraspeando flemas que intentaban quitarme la vida. En medio de la neurosis salté del sillón: era Semana Santa, hacía un sol que rajaba las piedras y me acordé del Dr. Loño. Desafiando al mantra que reza que si te bañas en el mar o te curas o te ingresan, opté por un día de amigos, cañas y camarones en el Puerto de la Cruz. Se me fue todo al momento. Me bañé durante horas, cogí sol, tapeé y paseé por la ciudad, que está fantástica. Me sentí Superman, pero cayó la noche y con ella volvió mi vía crucis. Ardía en fiebre, sudaba como un poseso. En mis delirios me vi crucificado, pero los dos ladrones a mi lado eran el Dr. Loño. El malo me decía: "Métete en el agua otra vez, pollaboba", y el bueno me susurraba: "Yo te hablé de salud mental, pollaboba". Y en cuanto resucito, heme aquí.

@JC_Alberto