La imagen de Abdull Hamid Youssef, con sus dos hijos de corta edad en sus brazos, muertos por el ataque del gas sarín lanzado por la aviación siria de Bashar Al Asad, ha dado la vuelta al mundo como paradigma de los horrores de una guerra cuya existencia se hace difícil comprender.

Este gas mortífero ya se había utilizado en 1994 en un atentado al metro de Tokio que afectó a más de seis mil personas, de las que trece resultaron muertas y una gran parte presenta secuelas que complican su salud hasta hoy. Este gas se presenta en forma líquida, es inodoro e incoloro, por lo que es difícil detectarlo hasta que actúa, afectando al sistema nervioso y al funcionamiento de músculos y glándulas, ocasionando la muerte, como ha sucedido por la actuación de los aviones sirios, que produjo ochenta muertes, entre ellos treinta niños.

La imagen a la que hacemos referencia traduce la angustia de un padre que no puede hacer nada para salvar a sus hijos, de los cuales no se desprende ni aun muertos, corriendo con ellos en sus brazos en busca de su familia, que ignora qué suerte han tenido.

Uno puede pensar que a los que manejan los hilos mortíferos de la guerra y que usan estos artefactos para la destrucción de seres humanos no se les parte el corazón al ver estos espectáculos dantescos de los que son protagonistas con sus descaros, sus falsas pretensiones territoriales, y que se creen líderes de no se sabe qué, los cuales han ocasionado trescientos mil muertos y han provocado la huida de doce millones de personas que vagan por el mundo ante el desprecio también de nuestro querido mundo occidental, que mira para otro lado y que asume ciertas migajas de protección para ocultar sus vergüenzas.

Ante esto cabe una vez más la pregunta sobre el progreso de la tecnología y los límites éticos de la ciencia. Preguntas que se hace la humanidad desde tiempo y que no hay quien dé una respuesta adecuada. ¿Es justificable este campo de investigación tan crucial para el avance científico? ¿Hasta dónde llegará el hombre a la hora de dañar a sus semejantes?

Tendremos que recordar a Hobbes cuando refrenda que "el hombre es un lobo para otro hombre". No busquemos, pues, al enemigo más allá de estos linderos, porque está cerca de cada uno, y la imagen de ese padre con sus hijos muertos en sus brazos es un aldabonazo no solo en la conciencia de aquellos que creen que la guerra es un mal necesario, sino de los que desde su mullido sillón contemplan la destrucción de seres inocentes como lo más natural del mundo mientras se toman un whisky o se fuman repanchingados un cigarro puro.