El 2007 fue, como otros, un buen año para la Ciudad de los Adelantados. En el Parlamento de Canarias se aprobó por unanimidad, circunstancia singular, la inclusión de San Cristóbal de La Laguna en la Ley de Grandes Ciudades, solicitud defendida por la incansable señora Oramas, quien, con total esmero, resaltó la importancia que su ciudad ha tenido, tiene y tendrá en el conjunto de Canarias. Ningún isleño puede olvidar que Aguere es sede de la Universidad de La Laguna (aunque no esté atravesando sus mejores momentos -habría que remontarse a los tiempos de los rectores Antonio Bethencourt y Gumersindo Trujillo para encontrarnos con lapsos de brillantez-), del Hospital Universitario de Canarias (también en etapas difíciles), del Consejo Consultivo (demasiados profesionales para emitir informes no vinculantes), sede del Obispado de la Diócesis Nivariense (con un prelado de apariencia campechana), con un Instituto de Canarias y su bellísimo patio (ya quisieran gozarlo por esos mundos de Dios), con un aletargado Ateneo, palacios, casas señoriales y solariegas, interiores inigualables, conventos, laguneros muy laguneros (sueñan con algún día poder pescar en La Cuesta) y, por fin, Ciudad Patrimonio de la Humanidad.

La alegría de todos camina junto a la conservación de la enorme fortuna que "no" se nos ha regalado y, por ello, el proceso de mantenimiento tiene que avanzar con la continuidad. El voraz incendio de hace unos años que terminó con el edificio del Obispado sirvió, con dolor generalizado, para sacar a la luz una serie de fallos que necesitaron de un sinfín de explicaciones vagas que, como tales, no convencieron a casi nadie. Tampoco hay que pasar por alto que en La Laguna existen quinientos edificios a proteger, de los cuales doscientos se libraron de la piqueta municipal por decisión de unos pocos y buenos concejales que se encargaron de frenar los disparates diseñados antes de que se ejecutaran aquellos proyectos. La reforma administrativa que supuso la ley para una ciudad de 75.000 habitantes conlleva, esperamos, una serie de estudios con el fin de proteger no solo al Obispado, sino al casco histórico en su totalidad. Medidas e informes que, si no se cumplen, pueden conducir a la retirada desde la Unesco de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad. Y es que, ahora mismo, se escuchan voces que denuncian una desidia por parte del Ayuntamiento, más preocupado en resolver asuntos políticos que pueden dar al traste con el gobierno municipal, que atender, como debería ser, las edificaciones y el trazado que convirtieron a Aguere en un ejemplo donde se miraron muchas ciudades de América.

Hay que andar con pies de plomo por aquello de las competencias administrativas y que no se creen tagorores conflictivos sin utilidad. Pueden surgir esas temidas comisiones que no sirven sino para deformar todo aquello que se acomete y para que, inexorablemente, el tiempo pase y pase. Ahí tenemos el vergonzoso ejemplo de la iglesia de San Agustín, cuyas paredes y pilares protegen, desde 1964, un vacío de hierbajos. O el caso, prácticamente desconocido, del Teatro Leal que estuvo a punto de figurar en la lista de edificaciones a destruir.

Estos tagorores, donde se reúnen en la mayoría de los casos ilustres ineptos, deberían tener el honroso cometido de velar por la ciudad. Con la iglesia de San Agustín, con el Obispado, con la Catedral, por citar tres ejemplos, el tiempo pasó mientras el patrimonio se venía abajo. Pero, por suerte, le llegó el turno a la Vergüenza (con mayúscula), y esta, luchando con los dineros de Madrid que no llegaban y con la incompetencia de nuestros políticos, logró que, por ahora, algunos edificios históricos volviesen a lucir el esplendor arquitectónico y cultural que siempre les caracterizó. Hoy, en La Laguna, circula por sus calles el espíritu festivo de alguien a quien solo le interesa la proliferación de bares, terrazas, paragüitas y restaurantes con comidas alejadas del ayer. No hablamos de estancamiento, sino de proteger el pasado para que las futuras generaciones puedan encontrar el ahora preservado.