¿Somos más pobres que hace veinte años? No. Por mucho que algunos lo repitan es algo que simplemente no es cierto. Canarias es hoy más rica que hace dos décadas. ¿Ha aumentado la desigualdad entre los canarios? Los indicadores de las Islas no son diferentes a los de cualquier otro país desarrollado, incluidos España y el resto de Europa. Pero es cierto que la brecha entre los ciudadanos canarios y los del resto del Estado ha aumentado en términos negativos para los isleños, que se han distanciado en más de catorce puntos de la renta media del resto de los ciudadanos españoles. Y ello ha ocurrido, por cierto, desde comienzos del año 2000, cuando en las Islas se empezó a frenar el desarrollo turístico (con la moratoria) y bastante antes de que comenzara en 2007 la gran crisis económica mundial.

España tiene dos de los mejores indicadores de Europa en riqueza y en consumo/renta disponible (índice Gini año 2016). El único marcador donde presenta deficiencias, especialmente después de la crisis económica, es en el de las rentas del trabajo, donde se acusa la elevada tasa de parados que nos dejó en herencia la crisis. Una sociedad irreprochablemente igualitaria sería una en la que Pepe y Juan tuvieran cada uno cien euros. Otra donde Pepe tuviera diez mil euros y Juan solo cinco mil sería mucho más desigual, pero más rica que la primera.

En el caso de Canarias, padecemos una anomalía endémica. Nuestro sistema fiscal permite que los beneficios empresariales queden exentos de impuestos si se destinan a la reinversión. Se trata de capitalizar las empresas y fomentar el crecimiento económico. Pero eso no ha conducido ni a que haya más empleo ni a que se mejoren las rentas del trabajo, que son las que generan la verdadera riqueza social. Tenemos los peores sueldos del Estado (y los precios de la cesta de la compra más altos), y de propina, padecemos una elevada tasa de paro estructural.

Las empresas crean el empleo que necesitan para ganar más dinero. El trabajo no es una obra social, es el resultado del interés egoísta y legítimo de las empresas y de la acción de los consumidores. Pero con nuestra economía de servicios funcionando a pleno rendimiento y batiendo récords de turistas, seguimos teniendo más de un cuarto de millón de parados. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que existe más mano de obra disponible que oferta de trabajo: tenemos más carga de población de la que puede soportar nuestra economía.

Un país en estas circunstancias se volcaría en impulsar todas las actividades posibles; en la desregulación; en los estímulos fiscales a las rentas del trabajo; en la búsqueda de capitales capaces de generar actividad y empleo decente para ese cuarto de millón de ciudadanos colgados de la brocha. Pero también queremos un país sostenible que no se desarrolle a cualquier precio. Los dos propósitos plantean importantes contradicciones entre sí. Por eso seguimos como seguimos. En tierra de nadie. El dilema es claro: o menor población o mayor desarrollo.