Reunión de pastores, ovejas muertas. Mientras aquí abajo, en la Macaronesia, seguimos en nuestros eternos debates intestinos, perdidos entre el telurio y el velorio, por allá arriba se está gestando una ciclogénesis explosiva, que es como llaman ahora a los huracanes y las tormentas. Toda Europa está viviendo un fenómeno meteorológico adverso, un anticlima, un cristo padre.

Hace años decidimos integrarnos en el esplendoroso proyecto de una nueva Europa (pongan aquí ruido de címbalos y trompetas). Canarias le propinó una apresurada patada en las nalgas a sus tradiciones fiscales, a sus libertades aduaneras y económicas, y nos metimos de hoz y coz en la gran Unión, gracias también a los empujones de Madrid, extremadamente interesada en no dejar descolgada aquí abajo una anomalía aduanera.

Pero hete aquí que la Unión Europea se está yendo a freír puñetas. No sólo porque Gran Bretaña haya decidido salirse del club -que ya es grave-, sino porque las tensiones internas entre los actuales países miembros son de tal magnitud que difícilmente van a resistir unidos. Ya ni siquiera se habla de una Europa "de dos velocidades", que era la vieja fórmula para mantener en el tinglado a los ricos por un lado y a los pobres por el otro. Alemania quiere construir una Europa dentro de otra, como una katiuska, esas muñecas rusas que llevan dentro varias réplicas en pequeño, porque está harta de cargar con países satelitales que, en su opinión, se llevan más de lo que aportan. Y en países como Francia, crecen los vientos de un "frexit" en las velas de nuevos populismos de derecha y de izquierda, con discursos contra la inmigración y la inseguridad.

Las tensiones entre los miembros del club están al límite. Por un lado, los antiguos países de la órbita comunista se huelen que les quieren dejar al margen de una alianza de los más desarrollados. Por el otro, los Países Bajos empiezan a percibir que las instituciones comunitarias (Comisión y Parlamento) son como el pito del sereno, que toman decisiones que los grandes se pasan por el refajo. Y si a eso se le une el auge de los partidos radicales, que han crecido utilizando de forma oportunista la percepción social de los problemas derivados de la emigración y la crisis económica, tenemos el caldo de cultivo perfecto para que las grandes economías europeas (Alemania, Francia, Italia y España) tengan la tentación de desandar lo andado y retroceder hasta la creación de un "núcleo duro" dentro de la UE, que vendría a ser la práctica liquidación de la Europa de los 28, el gran mercado de los quinientos millones de ciudadanos y la leche merengada.

Tal vez piensen que todo eso no nos afecta. Si es así están perfectamente equivocados. Ni estamos ajenos a las consecuencias del "brexit", que nos pueden afectar y mucho, ni lo estaremos en el caso de que el sueño de aquella gran Europa termine hecho trizas, sacudidos por los intereses nacionales de las grandes potencias europeas, que hoy están más preocupadas por frenar los populismos internos que por consolidar aquella gran unión europea sin fronteras, con moneda única y banco central para todo el mundo.

Ahora mismo hay expertos que -con cierto castastrofismo- ponen en duda incluso la supervivencia de nuestra moneda. Para muchos de ellos a la UE sólo le quedan dos opciones: o crece o se muere. Y sinceramente, no parece que esté por crecer.

En todo este jolgorio, las Islas deberían andar poniendo sus barbas en remojo. Gran parte de nuestro actual sistema de vida se basa en la subsidiariedad de nuestra economía con respecto a la Unión. Primero, porque nuestro turismo procede mayoritariamente de la órbita de países comunitarios. Y después, porque el acceso a los fondos europeos complementa una parte del negocio de nuestros sectores productivos. Una crisis de la UE, cualquier crisis, tendría consecuencias devastadoras para España y especialmente graves para aquellos territorios que, como Canarias, dependen en gran medida de la solidaridad externa. Y todo parece apuntar a que en el seno del gran mercado europeo van a pasar cosas a muy corto plazo. Las variables son tantas que es imposible predecir una conclusión. Pero sí es seguro decir que las cosas no van a seguir como las conocemos.