Están investigando los jueces en Madrid lo que algunos periodistas prominentes hicieron, o parece que hicieron, para chantajear a una política muy importante del Partido Popular, Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid. Un partido de derechas, o de centro derecha. Una mujer de derechas, o de centro derecha. Los periodistas son de derechas también, me parece que no son de centro derecha.

Estos periodistas han sido grabados estableciendo una estrategia para intimidar a Cifuentes. En esas grabaciones alternan técnicas de chantaje con graves inconveniencias verbales de carácter machista. De derechas, pues, y de la derecha verbal, la que es capaz de decir zorra y puta y luego decir que respetan a las mujeres porque ellos tienen hijas.

Es muy preocupante que periodistas (el consejero delegado de La Razón, del grupo Planeta, el director de este periódico: aquel no es periodista, pero quiero entender que su tarea es periodística) incumplan el imperativo más categórico entre todos los que nos obligan al cuidado del oficio: no se puede usar el poder que nos dan los periódicos (y por tanto sus lectores) contra personas en función de intereses empresariales o políticos.

Eso es lo primero que nos enseñan en la escuela de periodismo: a respetar la información, a respetar los hechos, a no manipularlos, a no extorsionar con el poder de publicar. Somos esclavos de los hechos, para eso estamos en el oficio; usar la manguera del fango para intimidar a nuestros adversarios es un agravio al oficio. Un pecado mortal de ética periodística.

Cualquier oficio obedece a automatismos que provienen de la experiencia. Un periodista, sea bueno o malo, tiene siempre sobre su cabeza la espada justiciera de los mandamientos del oficio: chantajear es una falla ética que no tiene perdón. Porque el ejercicio del periodismo nos alerta contra el mal uso de nuestro poder. Lo que ha ocurrido, si se confirma judicialmente, lo que parece escucharse en esas cintas, es socialmente gravísimo, políticamente impresentable y periodísticamente un desastre.

Uno de los dos investigados, Francisco Marhuenda, director de La Razón, alardea en sus muy habituales apariciones públicas de su trabajo como profesor. Un profesor tiene una grave responsabilidad hacia los alumnos y hacia la sociedad: tiene la labor de enseñar, y eso es muy serio. Tanto como la labor de contar la realidad. Si él ha amenazado con publicar noticias falsas sobre Cristina Cifuentes si esta no se pliega a silenciar actividades ilícitas de un allegado de La Razón está contraviniendo muchas de las leyes que dice enseñar y defender.

¿Qué pasa, pues? Ya se ha dicho muchas veces que los cínicos no sirven para este oficio. Y estamos ante un caso importante y relevante de cinismo. No se puede ser periodista y chantajista a la vez. Es muy conocido que hay muchos periodistas que son chantajistas, y entre nosotros, en las islas, tenemos nombres y apellidos abundantes de marhuendas que han querido extorsionar a personas nobles para conseguir beneficios de todo tiempo. El proceso abierto en Madrid pone de manifiesto una podredumbre política, social y profesional que alarma sin remedio a los que aún confían en la política y a los que sienten todavía respeto por el oficio que ejercemos.

Creo sinceramente en el automatismo ético de los periodistas; cuando cometes un fallo hay siempre una tercera mano, como decía Juan Carlos Onetti, que te golpea cuando te estás equivocando. A veces atendemos a esa mano y a veces nos olvidamos del aviso. Cuando nos olvidamos del aviso estamos en esa frontera que al parecer ha cruzado Marhuenda. No sé si será un atenuante judicial la explicación que ha dado, que él siempre publicó cosas a favor de Cristina Cifuentes. Para un profesional del periodismo eso también resulta sospechoso: ¿siempre le pareció bien lo que hizo la presidenta de Madrid? Entonces, ¿a qué se deben las frases que le dedicaron él y su jefe, Mauricio Casals, para alentar una campaña de descrédito que la llevara contra las cuerdas?

El periodismo es algo perfectamente serio. El episodio que estamos viviendo es muy grave para la identidad del oficio.