Publica ahora Demipage, una editorial de indudable mérito, la obra completa de Félix Francisco Casanova, con un prólogo del ya muy notorio escritor Fernando Aramburu. Félix es uno de los grandes escritores del siglo XX; hizo toda su obra en un relámpago, pues murió en seguida, a los diecinueve años, en la calle Méndez Núñez de Santa Cruz mientras tomaba un largo baño que fue el último de su vida. Aramburu y el también escritor vasco Francisco Javier Irazoki se empeñaron, desde que conocieron su obra, en destapar para el mundo la categoría metafórica de la poesía de Félix Francisco. Estuvieron en contacto con su padre, el también gran poeta Félix Casanova de Ayala, y con su hermano, Bernardo, que guardaba toda la obra que no llegó a publicarse, además de fotografías del gran artista.

A esa recopilación completa de la obra le ha puesto un prólogo Fernando Aramburu: Félix Francisco Casanova, un genio. Lo fue, fue un genio, yo lo conocí, muchos lo conocimos; venía a la cafetería vecina a su casa; tenía todos los días una dicha o una canción entre manos, estaba siempre creando, jamás cesaba, era un poeta. Su muerte fue un resplandor negro en nuestras vidas. Y es una alegría que Demipage y esos amigos que tanto se preocuparon por la pervivencia de su metáfora sin fin, Aramburu, Irazoki, David Villanueva, el editor, hayan tenido la iniciativa de sacar a la luz, de nuevo, a este gran poeta de la luz.

Y no sólo de la luz, sino de la luz de la isla, pues sin isla y cielo y sin mar no se entiende la poesía de Félix Francisco Casanova, enraizada no sólo en la tierra y sus sucedáneos más misteriosos, sino incrustada en la tradición más beligerante de la literatura canaria del siglo XX. Aquí tengo, en la mesa donde escribo, algunos de esos antecedentes que hablan de esa tradición en la que el surrealismo convoca imágenes que sólo podrían tener origen en el mundo de lava y ola que es, en sueños también, nuestro paisaje. Aquí están las Transparencias fugadas de García Cabrera, Lancelot, 28º-7º de Agustín Espinosa, Cerveza de grano rojo de Arozarena, la obra completa de Luis Feria, Cuaderno de las islas de Sánchez Robayna..., yo duermo en Tenerife rodeado por los cuadros marinos del enorme poeta que fue Manuel Padorno, recorro La Laguna bajo la misteriosa luz triste de Arturo Maccanti, y junto toda esa obra, como si la uniera, bajo el influjo teórico, y práctico, de Facción surrealista de Tenerife, de don Domingo Pérez Minik, cronista privilegiado del movimiento más potente de ruptura estética del siglo XX en las islas.

Es un tesoro que tuvo su punto culminante en la audacia poética, en la risa y en la invención narrativa, en el lenguaje, de Félix Francisco. Es una riqueza que debe ponerse de manifiesto. He pensado todo esto, en esta riqueza, cuando supe que la obra de aquel muchacho santacrucero iba a recibir el honor de una edición grande. Y se acrecentó esa sensación de que los canarios debemos celebrar ese tesoro cuando llegó a mis manos, lleno de mar, alcancías y susurros telúricos, un libro bellísimo que uno ahora a toda aquella antología: Para un dios diurno (Idea, 2017) de Alejandro Krawietz.

Krawietz nació en Tenerife en 1970, ha publicado ya varios libros, en los que experimenta el paso que ahora hace más sonoro con esta nueva obra; y es en Para un dios diurno, que acaba de presentarse en Santa Cruz, donde revela esa explosión interna de surrealismo telúrico y marino que lleva en su garganta poética. Ahora su obra es una isla habitada por las palabras que evocan su modo de ver el mundo en los sueños que la tierra esconde.

Es un gran libro y es emocionante. Lo coloco en esa estantería virtual en la que siempre he tenido la poesía isleña, un gran tesoro cultural del que los canarios debemos sentirnos orgullosos y naturalmente emocionados.