Algunos quieren escapar del mito, confundirlo con la irrealidad o en el peor de los casos acercarlo tanto a la historia que pretenden hacer de esta una fabulación interesada troceándola y tergiversándola. Y no es así.

Carlos García Gual define el mito como "un relato tradicional que refiere la actuación memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano". El mito, pues, es una narración que puede contener elementos simbólicos, pero que al mismo tiempo puede contemplar una historia concreta.

El mito no se va por las ramas, no se esconde y siempre nos acecha, y los pueblos los cuentan y rememoran y pasan de generación en generación, y son esos pueblos, en su memoria, los que albergan los mitos, y, además, es lo más importante, las instituciones deben apoyarse en ellos para tomar decisiones.

El mito se camufla muchas veces en la fabulación porque a los humanos se nos escapa la adecuada interpretación de las cosas al estar preocupados e inmersos en el día a día; y cuando se es incapaz de descubrir que no todo es tan simple y llano, sino que existe la maravilla, es ahí, en esa perplejidad, donde debemos adecuar la realidad hacia lo que nos puede conducir a un universo intelectual más amplio para satisfacción propia.

Detractores hay del mito que no se cansan de decir que el mito es igual a no decir nada, que no responde a concepción alguna y que con el mito se pierde el tiempo al rebuscar en la memoria lo pasado y que, al ser desvirtuado, no conduce a ningún lugar adecuado, y menos al de su razón de ser por su volatilidad e incomprensión.

Pero ahí puede estar el error; al mito hay que dejarlo suelto, aunque nos aceche, y no intentar confundirlo con lo real; él tiene su sitio, y, como apunta Vernat, "el mito como Eurídice se ha esfumado cuando la mitología lo conducía hacia la luz". Pero esa desaparición es un truco más de su supervivencia, solo un artilugio más de su polimorfismo, que abarca todos los campos, desde la religión, la política hasta la literatura.

Los pueblos que viven solo pendientes de la crudeza vital de sus realidades, y en el afán de buscar fantasmas como explicación de sus desajustes, o aquellos que bucean en las aguas fétidas de un mar tormentoso para dar explicación de cuestiones que no la tienen porque su ignorancia no da para más, no son capaces de entender que la misma vida se diluye en el tiempo y que se transforma en ese mismo tiempo en mito. Y si no lo asumen considerándose un pueblo desnudo sin discurso, huyendo del mito que acecha y que hay que atraparlo, serán pueblos dormidos, domesticados, simplones y sin gracia alguna.