La existencia humana se ha caracterizado siempre por querer conocer qué hay fuera de nosotros, dejando a un lado importantes recovecos que tenemos dentro. Nos fascina valorar que llegamos a la Luna y que pronto lo haremos a Marte, pero no sabemos ni qué demonios hay en lo más profundo de la fosa de las Marianas, que está en el mismo océano Pacífico a once kilómetros de profundidad. Exactamente igual nos ocurre con lo que denominamos inteligencia o conocimiento. Llevamos siglos intentando ponernos al tanto de la física o la historia, las matemáticas o la meteorología, sin saber cómo poner orden en lo que nos paraliza dentro.

No sabemos manejar nuestras emociones, y hacerlo se ha visto como una estupidez o una debilidad. Pero lo que nos hace fuertes es nuestra capacidad de saber digerir aquello que la vida nos presenta sin preguntarnos. Hoy se sabe que quien consigue sus metas es aquel que sabe transitar por el miedo, la tristeza, la rabia o la alegría, que son cuatro estados emocionales que la vida te obliga a enfrentar. Y si bien hasta la Biblia habla de ello, es el sicólogo Daniel Goleman el que nos pone en la pista de que la felicidad gira mucho en torno a esto. No hay que evitar los estados emocionales, sencillamente hay que saber tratarlos con eficacia. Y mientras todo un obsoleto sistema educativo fomenta y premia otras cosas, lo que debemos hacer es juntarnos con quienes creen que este es el gran secreto.

@JC_Alberto