En Los Rodeos, a punto de salida, una llamada telefónica me dio la noticia de su muerte y, a la vez, me pidió -"en dos palabras"- la definición de su personalidad y biografía. Dije: modernidad e independencia, tal como titulo la columna. No hubo tiempo ni necesidad de explicar esos valores del paisano que importó la aventura de los arquitectos catalanes que, contra corriente, recobraron la experiencia racionalista y la fundieron con las corrientes internacionales frente al historicismo impuesto por la dictadura. Rubens Henríquez Hernández (1925-2017) estudió en Barcelona y la tuvo siempre como patrón de capital contemporánea; proyectó edificios audaces para clientes sensibles -ahí están los chalés del lagunero Camino Largo- y para ciertas instituciones que, como excepción, aceptaron sus propuestas de líneas y espacios diáfanos, y para promotores que apostaron por la renovación urbana contra el decorado neocanario de posguerra.

Una larga amistad sin fisuras permite recordar su liderazgo profesional -fue decano del COAC y presidente nacional de la asociación de arquitectos funcionarios- y su protagonismo en la redacción de la Ley del Suelo de 1976 -como procurador por el tercio cultural-, que fue, sin duda, una norma útil en la transición. Prologué y cuidé la edición de "Un impertinente en las Cortes", donde se recogió su primera experiencia parlamentaria y, por razones de oficio, seguí su entusiasta y decente trayectoria en las Constituyentes de 1977, a las que concurrió como cabeza de lista al Congreso por la provincia tinerfeña, dentro de UCD y como jefe en el Archipiélago de la Federación Socialdemócrata del inolvidable Fernández Ordóñez.

En la amalgama centrista se integró en una vanguardia que, desde la hora cero, apostó por la devolución de los derechos civiles y las reformas imprescindibles para dar crédito a la joven democracia. Pese a su notable labor, los intereses y las urgencias de los integrantes una coalición ganadora de una parte y, de otra, su insobornable independencia le impidieron repetir escaño. Rubens Henríquez compatibilizó entonces su exitosa profesión con una brillante dedicación como columnista de EL DIA -"Política y Territorio" fue su título general-, donde con profundidad y agudeza analizó los balbuceos de una democracia en la que creyó y a la que aportó ilusiones y conocimientos.