Se nos había olvidado que todo lo bueno es ilegal, es inmoral o engorda. Menos mal que el Estado tiene el cerebro en el bolsillo y se limita a ponerles precio a nuestros desvaríos. En vez de salvarnos la vida prefiere hacérnosla más cara, con más impuestos. Por eso el tabaco vale más que los rábanos o las zanahorias. Y el ron sale más caro que la leche.

La Generalitat de Cataluña es de los gobiernos más avispados en esa vieja alquimia de convertir la carne humana en pasta gansa. "Cataluña es bona si la bossa sona" y "forza al canut" son dos sentencias demasiado precisas como para no tener claro cuál es la esencia del país. Por eso se han adelantado al mismísimo conde Montoro, que dormita aún en su ataúd presupuestario para el 2017, haciendo oficial la subida en los impuestos sobre las bebidas azucaradas.

Para justificar este nuevo asalto al bolsillo, el Gobierno catalán ha utilizado la figura de una especie de aliado estratégico de las farmacéuticas del mundo, esa organización mundial encargada de la salud que consiguió, con su grito de alarma por la gripe A, que los gobiernos del mundo civilizados gastaran cientos de millones de euros en vacunas absolutamente inútiles contra una epidemia perfectamente inexistente. La OMS ha tenido ahora la sana ocurrencia de pedir más impuestos para las bebidas azucaradas como factores causantes de la caries, la diabetes y la obesidad, que se ha cuadruplicado en los países desarrollados. ¿Quieren salvar nuestras vidas y mejorar nuestra salud? Es dudoso. Lo que es seguro es que van a recaudar algunas decenas de millones más en impuestos.

La salud de los ciudadanos no se alcanza a través de las políticas fiscales, sino con una enseñanza en hábitos de vida saludables. Si a los niños se les enseñara, desde muy temprano, las claves de una buena alimentación, conseguiríamos ciudadanos conscientes de lo que ingieren y dejaríamos de ver ese dantesco espectáculo de padres como toneles que van acompañados de retoños que parecen sus fotocopias: niños de muy corta edad con una obesidad tan acentuada que escandaliza.

Si somos lo que comemos, esta sociedad es un desastre. Pero su transformación no pasa por darle la vuelta a la manivela fiscal. Eso es puro oportunismo. El azúcar es tan malo como los bollos, los dónuts o las galletas con crema. ¿Van a mandar a la pasma a cerrar las dulcerías? Claro que no. En los pasillos de la Transilvania fiscal española, en el castillo de Hacienda, los expertos ya anunciaron que Montoro tenía previsto pasarnos por el aro de este impuesto sobre bebidas refrescantes azucaradas. Hay que rellenar el déficit fiscal del Estado echando mano de lo que haga falta. Más azúcar, esto es la guerra.

A los gobiernos hace tiempo que les seduce subir los impuestos indirectos y crear impuestos especiales al consumo. Porque son como la saliva del murciélago: hacen fluir la pasta. Se incluyen en el precio de las cosas y no se notan. Seguiremos bebiendo los mismos refrescos, pero muchísimo más caros. Y en poco tiempo olvidaremos por qué.