Todos tenemos uno. Suele ser el juerguista y el vividor del grupo. No se pierde una romería, unos carnavales ni tampoco cualquier ocasión para pasar una noche al límite. Es un tipo cuya vida no nos gustaría llevar porque sería una agonía, pero que por una cuestión estadística a veces coincide con ese zorrito que todos llevamos dentro. Como el mismísimo diablo, es paciente, o no, pero da igual porque en ese mismo día en el que nosotros tenemos la guardia baja sube de los mismísimos fogones del infierno para seducirnos con todo lujo de placeres prohibidos: con esos con los que él se codea y que sabes que si los pruebas estás perdido. Pero es verdad que en algún momento todos nos cambiaríamos por él, más que sea por escapar de esa rutina tan brutal que nos acogota.

Si tenemos pareja, siempre lo tiene calado y no le gusta un pelo. Es de esos tipos que lo único que les falta es llevar tatuada la palabra "golfo" en la frente. Entre calderos de conejo y olor a chuletas ahí estaba él, esperándonos en el baile de magos de Santa Cruz, con un vasito de vino en una mano y una papa arrugada en la otra. Con esa sonrisita de serpiente en el paraíso invitándote a morder la manzana. Rodeado de gente chic, de pibones y animándote al desenfreno. Hablando con el alcalde, los empresarios y la gente guapa, riéndose a carcajadas. Y si bien su vida personal es un despropósito y todos lo sabemos, en ese momento es lo más parecido a la felicidad y a Espartaco Santoni. Qué cosas, qué gente.

@JC_Alberto