A menudo recuerdo a uno de mis personajes favoritos del celuloide, el cínico y pragmático comisario Luis Renault, de la película "Casablanca", interpretado por Claude Rains. Y le recuerdo porque me asombra el asombro de algunos que todos los días descubren que amanece y les parece un hecho insólito y asombroso. Lo mismo que a Renault le sorprendía que se jugara en el casino de su amigo Bogart mientras le metían en el bolsillo el sobre de todos los meses.

Por lo que parece, algunos han descubierto este mes que el Congreso de los Diputados de España tiene un enorme peso de los territorios y que es en el Congreso y no en el Senado donde se ventilan los intereses de poder de las comunidades autónomas. Están escandalizados por el hecho de que el PNV haya convertido en ventajas económicas la fuerza de sus cinco votos en el parlamento, fundamentales para aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Y espantados de que Coalición Canaria y Nueva Canarias hayan hecho lo mismo, convirtiendo la matemática parlamentaria que el azar les ha puesto en las manos en una inyección de dinero para el Archipiélago.

Hay presidentes de comunidades del PP que han puesto el grito en el cielo por las ventajas económicas obtenidas por vascos y canarios, como es el caso de Guillermo Fernández Vara, de Extremadura, o Alberto Núñez Feijoo, de Galicia. Debe ser que no estaban en política cuando Felipe González o José María Aznar desviaban ríos de millones en inversiones hacia Cataluña para contar con las dos docenas y media de diputados de la antigua Convergencia de Pujol. O que estaban mirando para otro lado cuando la ministra gallega de Obras Públicas del PP, hoy presidenta del Congreso, Ana Pastor, inclinaba escandalosamente el cazo de las inversiones no regionalizables hacia Galicia, como antes habían llevado en su partido millones y millones hacia Valencia de igual forma que otros llevaron las redes del AVE hacia la Andalucía de la Expo.

Sorprenderse a estas alturas de la capacidad de influencia de los territorios, de los grupos de presión regionales dentro y fuera de los partidos, es de una ingenuidad -o un cinismo- apabullante. Porque así se han ido ventilando las cosas en nuestro país en toda la historia de la democracia. Los grandes partidos han vertebrado sus mayorías internas en clave de familias territoriales (el "clan de los andaluces" aún deja sentir su peso en el PSOE, como bien sabe Pedro Sánchez) y los partidos nacionalistas han transformado su fuerza electoral en las Cortes y en la gobernabilidad de España cambiando votos por pasta.

Pero para tranquilidad y sosiego de los escandalizados, el pragmatismo tiene escaso recorrido electoral. Los votantes no agradecen los servicios (económicos) prestados, porque la política española funciona más por sentimientos que por convicciones. Ahí está el ejemplo de Convergencia i Unió, desaparecida ya del mapa de partidos políticos después de haber ordeñado eficientemente las arcas del Estado español durante tres décadas. O el de Coalición Canaria, que de tener grupo parlamentario propio y negociar "tete a tete" con el Ministerio de Hacienda los presupuestos para las Islas, ha pasado a tener un solo escaño en el Congreso, aunque la puñetera suerte ha convertido ese escaño de Oramas (y el de Quevedo de Nueva Canarias) en un voto de oro. El único partido nacionalista "pragmático" que ha sobrevivido al desgaste de cogobernar en acuerdos nacionales ha sido el PNV. Quizás porque sea el partido organizado con mayor fortaleza y arraigo en la sociedad vasca, pese a lo cual -dicho sea de paso- también ha pagado su cuota de desgaste en poder representativo.

Y es que la gente no vota porque se les consigan mejores servicios o mayores inversiones. Protestamos por las listas de espera quirúrgicas, porque tardan meses en darnos cita con un especialista, por las colas de las carreteras, porque no tenemos suficientes colegios..., pero nos la suda el dinero que se pueda conseguir para arreglarlo. La gente vota por sentimientos, por esperanzas, por ilusiones que se construyen sobre un discurso que tiene muy poco que ver con las inversiones y el gasto público. En la Europa desarrollada, en la de los países ricos, las sociedades se mueven en estímulos que tienen muy poco que ver con llenar la barriga: eso ya está superado.

Nueva Canarias tiene que escenificar su voto como dios manda. Es lo lógico. Desde el PP ya les han advertido que no se pasen de rosca. Ya vienen con la vaselina puesta después de negociar con Coalición Canaria y no quieren que les dejen el presupuesto como un bebedero de patos. A ver cómo gestiona NC su importancia sobrevenida y la aplastante evidencia de que Rajoy sabe perfectamente que rechazar los presupuestos sería dramático para Canarias. Pero también sabe que Quevedo necesita enseñar una cabellera. Aunque sea la de un calvo como Montoro.