Le robo segundos al estrés diario para mirarte, me paro, el tiempo se detiene...

Te observo, veo en tu cuerpo el transcurso de tu vida y de la misma forma una pequeña parte del de la mía. ¿Cómo es posible que hayas crecido tanto?

Miles de imágenes de tu infancia se congelan en mi cerebro, un sinfín de situaciones y emociones, y todo en un segundo. Me pregunto... ¿lo estoy haciendo bien? Analizo cada cosa que se ha hecho, que hago, que vamos a hacer y reflexiono... ¿cómo podría ayudarte a que cuando seas mayor lo tengas más fácil? La vida es complicada y quiero que sufras lo menos posible, aunque sé que es necesario para crecer y aprender..., pero si te ayudo quizás sea más sencillo...

Te mueves en tu rutina de conseguir todo lo que quieres, cueste lo que cueste, sin límites, pero sigo sin hacerte caso porque si lo hago tendré que sacar la madre educadora que he aprendido a ser y me perdería así este momento mágico en el que, simplemente, observo el milagro de la vida, de las emociones, del amor... ¡Cuánto amor...!

Me miras, veo en tus ojos aún admiración, y expectativa por lo que te voy a decir... ¿cómo puedo aprovechar los últimos instantes de tu inocencia hasta que la adolescencia irrumpa y te conviertas en un ser independiente?

Te convertirás en alguien que se alejará de mí, que verá mis fallos y no aceptará ni un solo consejo, solo porque vienen de mí, qué injusto es...

Qué complicado es esto de ser padres, cómo tenemos que gestionar en las diferentes etapas movernos entre educar, amar y vivir.

Qué duro es este amor, cuánto te querré yo toda la vida, y de qué manera..., y cómo me vas a querer tú, y lo más complicado es darte cuenta de que es ley de vida: darte cuenta de que es así cómo se sienten mis padres y cómo se sintieron mis abuelos...

Dicen que la maternidad es un acto egoísta, pero la realidad es que tiene muchas fases. Un papel demasiado complejo y complicado como para encasillarlo con una sola etiqueta. Inicialmente, queremos tener un hijo por nosotros, nos apetece. Sentimos que después de haber hecho todo lo que teníamos que hacer y teniendo claro lo que queremos a partir de ahora es lo que toca. Ese acto, esa fase de la prematernidad o prepaternidad, sí es un acto egoísta. Ya sea desde el aspecto puramente biológico, a nivel instintivo u hormonal, la continuidad de la especie que un día se despierta y llama a la puerta, o sea, desde el aspecto puramente social o emocional, porque toca, porque tenemos una pareja a la que amamos y queremos algo de esa persona, algo que sea nuestro, que nos una..., porque queremos que tenga sus ojos, o sus piernas , o su sonrisa..., o bien porque queremos un "yo" nuestro en pequeño con el que soñamos y nos hacemos nuestra película particular.

Queremos, lo queremos nosotros, da igual cuál es el motivo. Lo cierto es que, aunque sea una decisión positiva, por motivos reales se trata de algo que queremos, algo personal, individual, llevado al extremo... Un acto egoísta.

Todo cambia entonces. Cuando pasamos del "queremos" al "necesita". Hemos cumplido ya nuestro sueño de ser padres, hemos sentido la emoción desbordante de tenerle por primera vez en brazos, de recibir su primera sonrisa, hemos disfrutado ya de todas las primeras veces que nos ha podido regalar en tan poco tiempo y todo cambia.

Todo cambia entonces. De la euforia pasamos a la realidad. Avanzamos, entramos en una nueva fase, una nueva etapa, y el miedo y la responsabilidad irrumpen sin pedir permiso en nuestras vidas.

Pero como en todos los cambios a los que nos hemos enfrentado, terminamos por acostumbrarnos, por canalizar nuestros miedos y ejercer nuestro rol. Pasamos del egoísmo a la generosidad. Ahora disfrutamos, disfrutamos con aquellos que, de momento, dependen de nosotros y nos siguen regalando sonrisas y buenos momentos, pero ahora lo hacemos pensando en ellos, en su bienestar, en sus necesidades.

Se trata de algo casi innato. No está escrito en los libros cuándo se produce el cambio pero se produce, siempre lo hace. La balanza nos indica qué es lo que tenemos que hacer y el cómo. Porque son muchas las formas y las opciones, pero el cómo viene, siempre marcado por lo que creemos que es mejor para ellos, aunque muchas veces podamos errar.

Ser padres se convierte así en el mayor acto de generosidad que conozcamos. Dejamos de ver por nuestros ojos para ver por los de ellos. Dejamos de comer, de dormir, de soñar... Ahora solo nos importan sus sueños y descubrir cómo podremos hacerlos realidad.

*Psicóloga y terapeuta

anaortizpsicologa.blogspot.com.es