Nacieron por obra y gracia de Gerardo Masana en 1967 y, desde la hora cero, respondieron a las inquietudes y la estética de una década en la que la juventud universitaria mostró su hartazgo de las democracias burguesas y sus costumbres y se apuntó a las contestaciones de todo orden que se sucedieron en Europa y las Américas. Cachorros de familias acomodadas y con formación y aptitudes musicales destacadas, se presentaron con estrafalarios instrumentos de su invención -de ahí su nombre- construidos con elementos cotidianos y cosecharon notables éxitos en su Argentina natal. Los argumentos surrealistas que sostuvieron siempre sus espectáculos y la solvencia, el rigor y el desenfado de sus interpretaciones les abrieron muy pronto las puertas de las repúblicas del sur. El septeto inicial se redujo por la temprana desaparición del fundador Masana en 1973 y, trece años después, por la renuncia de Ernesto Acher. El conjunto integró desde 1986 a Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Carlos Núñez Cortés, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, a quien sustituyeron por su larga enfermedad y muerte en 2015, Martin O''Connor y Horacio Turano.

En los políticamente correctos premios Princesa de Asturias, donde la audacia y el riesgo brillan por su ausencia y su principal acierto es el oportunismo en la selección de los candidatos, este año se abrió una brecha a la imaginación y a la rebeldía, elegante y mesurada pero rebeldía, y Les Luthiers -distinguidos por el Reino de España con la Orden de Isabel la Católica en 2007 y con la ciudadanía "por carta de naturaleza y en atención a sus méritos excepcionales"- alcanzaron al fin el pomposo y bien dotado galardón en la categoría de Comunicación y Humanidades.

La alegría les llega tras cincuenta años de giras por medio mundo, seguidos por un público fiel que se hizo cofradía desde su invención, en un festival de coros universitarios en el Tucumán, con la "Cantata Modatón", la ópera prima que encadenó espectáculos de elementales y eficaces puestas en escenas, medidas y elegantes actuaciones y diálogos delirantes en los que, en temprana y afortunada coyuntura, apareció Johann Sebastian Mastropiero, el protagonista elíptico que, en cada velada, adquiere nuevos e impensados perfiles que nos recuerdan los fantasmas eternos que transitan, a falta de otros valores, con bulla, gracia e impostura por los campos de la creación y el pensamiento.