Juan Pérez Delgado Nijota fue, con don Luis Álvarez Cruz, entre los veteranos que ya estaban en EL DÍA cuando me llamó don Ernesto Salcedo a sus filas, el más querido de los redactores o colaboradores del periódico.

Le distinguía la caballerosidad tranquila, la suave presencia de un hombre menudo pero con mofletes que era el más famoso, y el más humilde, de los redactores. En aquel tiempo, finales de los años 60 del siglo pasado, iba al periódico los viernes; coincidía allí con don Domingo Pérez Minik, su primo, con quien tenía charlas risueñas, como de viejos colegas.

A pesar de su edad, este veterano, el más veterano, quizá, entre todos nosotros, en esas visitas de los viernes corregía sus textos, artículos firmados con su nombre entero, no versos de Nijota, que publicaba los domingos. Como yo era nuevo en las redacciones, me fascinaba ver aquellas pruebas de imprenta chorreando agua; y me fascinaba también la pericia correcta del gran humorista.

Tenía el aire de un hombre que hubiera fumado mucho en pipa, esa apostura: la cabeza alta, mirando siempre a los ojos de quien le hablara, con la paciencia de un viejo fumador. En realidad, fumaba, como Pérez Minik, unos cigarros rubios, o negros, con cierta fruición desganada: dejaba que la ceniza se hiciera tan larga como el papel que envolvía el tabaco. Y cuando ya la ceniza tenía el tamaño y la inclinación de su nariz, que por cierto era bastante curva y contundente, la dejaba caer como si fuera nieve sucia.

Esa fisonomía suya le ganó muchas caricaturas, entre las cuales seguro que el periódico guarda algunas de las que le hicieron, además de otros, supongo, Juan Galarza y Paco Martínez. Creo que él también se hizo autocaricaturas, pero eso no me consta, igual que seguramente no me constan otras cosas que cuento y acaso sólo están en mi débil memoria.

Lo cierto es que lo que menos parecía Nijota, don Juan Pérez Delgado, era un humorista. Y lo era: irónico, distante, duro y tierno a la vez, pendiente de la vida común de los ciudadanos, y por tanto cercano y popular. Era lagunero, allí vivía, en una casa de pasillo largo y oscuro, donde estuve alguna vez, entrevistándolo. Ese pasillo luego se puso de manifiesto en mi vida, cuando supe una de las anécdotas (apócrifas, seguramente) que se han contado de su gracia tranquila, casi clandestina.

Es una anécdota que no tuve ocasión de contrastar con él: ya había muerto, desgraciadamente. Resulta que, se decía, cuando murió un pariente muy cercano, su madre quizá, él estuvo encargado de recibir el duelo en aquella casa de pasillo tan largo y oscuro. Todo el mundo entraba naturalmente compungido, como suele ser habitual; en los entierros y en los duelos siempre se producen situaciones así: lo que pasa es que la gente entra sin saber qué decir, y son los deudos los que terminan animando a los que vienen a consolarlos.

Y eso es lo que pasó. Todo el mundo entraba, le daban la mano a don Juan, le ofrecían sus condolencias y, como no podía ser de otra manera, el doliente, Nijota, decía: "Gracias". Y no decía sólo "gracias". Como quiera que el pasillo era larguísimo y además oscurísiiiiiimo, don Juan añadía: "Cuidado con el escalón".

Así que todo el mundo pasaba del umbral de la puerta al interior de la vivienda dando un saltito..., para darse cuenta de inmediato que don Juan les había gastado una broma: no había escalón alguno.

Si no es cierta la anécdota por lo menos da noticia de la imagen de hombre serio y a la vez coñón que mostraba, en público (donde se prodigaba muy poco) y en privado, don Juan Pérez Delgado.

Y había algo de lo que tampoco hacía alarde: tenía una familia formidable, sus hermanas, personas solidarias y atentas que daban sin que se supiera. Unas compañeras del Instituto Cabrera Pinto me llevaron a los altos de Anaga a llevar mantas a los que entonces malvivían en Taborno. De aquella excursión benéfica no supimos hasta muy tarde el origen: en todo caso, alguien las había comprado en Almacenes Ramos de La Laguna, las compañeras sabían el origen y el destino, pero a mi (que iba a hacer un reportaje para este periódico) no me lo dijeron nada hasta algunos años después.

Las donantes eran las hermanas de Nijota.

Nunca le pregunté, nunca me dijo; la discreción de don Juan sólo era equiparable a la discreción que se le supone a un confesor.

Pero, naturalmente, estaba el humorista. Un humor que se resolvía en verso y en prosa con la misma eficacia: no te hacía reír a carcajadas, porque, por decirlo así, era un humor serio, anglosajón, distante, pero su ingenio siempre te mantenía en vilo.

Yo he memorizado muchos de aquellos versos; ahora que me he encontrado con gente de mi quinta en la Tasca de Pedro, vecina de EL DÍA en Santa Cruz, quise contar algunos de aquellos ingeniosos versos de Nijota. Pero pudo más la autoridad de lo actual que el ventoso esfuerzo de la memoria y casi no pude decir nada de lo que quise contarles a estos graves contertulios de lo útil periodísticamente hablando.

Pero los amenacé: "¡Lo voy a contar en EL DÍA!"

Y aquí están dos de esas ocurrencias de Nijota. La primera tiene que ver con una excursión al Teide de dos amigos suyos, vascos ambos. Ella se llamaba Lumi, por Iluminada; y él tenía el apellido Zubigaray. La gracia con que los obsequió Nijota, al volver ambos de la montaña más alta de la geografía política española, fueron estos versos:

Al Teide subí, Caray,

Con Lumi, de madrugada.

Yo tomé una fotografía

Y Lumi, nada.

La otra es de la vida cotidiana de Santa Cruz. En tiempos del dictador no era posible publicar en prensa ni difundir por radio algunas palabras muy queridas de nuestro léxico. Entre ellas, papa y guagua. Y no se crean ustedes que eran acérrimos godos los que llevaban el lápiz rojo para tacharnos: eran personas del común canario, que blandían la censura cada vez que un canarismo se mezclaba en nuestras crónicas. Al Ayuntamiento de la ciudad le había entrado el mismo sarampión, y en lugar de llamar guagua a la guagua la llamaba... bus.

Cuando ya llenaron las plataformas de las paradas con el anglicismo, don Juan escribió esto en EL DÍA:

Últimamente en Santa Cruz donde vas ves Bus.

Pa que se enteren...