Mi nunca bien ponderada amiga Pilar Socorro me mandó un audio hace unos días a colación de un artículo que escribí la semana pasada. Contenía una reflexión sobre cómo hubiera sido la literatura de existir desde siempre los teléfonos e internet. Un hombre contaba el cuento de Hansel y Gretel a su hija, que no entendía por qué los niños perdidos no llamaban a sus padres desde el móvil, y el padre cayó en que su hija no concebía una vida sin la telefonía inalámbrica. Entonces se planteó qué espantosa resultaría la literatura si los móviles hubieran existido siempre. Pensemos en cualquier historia y pongámosle al protagonista un "smartphone" en el bolsillo: ¿funcionaría la trama?

Penélope no hubiera esperado con incertidumbre a Ulises; Caperucita hubiese alertado a su abuela; el coronel sí hubiese tenido quien le escribiera, al menos un wasap, y Tom Sawyer hubiese sido encontrado con el servicio de localización de personas. Si Julieta hubiera tenido un teléfono le hubiese mandado un wasap a Romeo: "Me hago la muerta, pero no estoy muerta, espérame en Verona". Todas esas películas en las que el chico corre para que la chica no se suba al avión se solucionarían con un mensaje de texto. Y la pregunta es: ¿estará pasando lo mismo en la vida real? ¿Nos estaremos perdiendo historias novelescas por la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros correrá al aeropuerto a decirle a la mujer que ama que no coja ese avión, que la vida es aquí y ahora? Todas nuestras historias están perdiendo el brillo: las habladas, las escritas y hasta las imaginadas.

@JC_Alberto