No se trata del enfrentamiento entre dos líderes, se trata de la lucha fratricida de dos tendencias políticas dentro de lo que hasta hace poco fue un solo partido político. Lo contaba esta semana el historiador Santos Juliá, hablando lúcidamente de la enfermedad senil de la socialdemocracia española y recordando que eso mismo le ocurrió a los socialistas en los aciagos tiempos de la Segunda República que naufragó en medio de las disensiones intestinas de una izquierda debilitada y cainita que facilitó el triunfo del golpe de estado.

Ayer, el "cara a cara" de los tres candidatos a la Secretaría General del PSOE demostró que pase lo que pase el día de las elecciones, los socialistas están definitivamente rotos. ¿Y cuándo se nos jodió el Perú, Zabalita? Pues cuando Pedro Sánchez decidió aferrarse como un náufrago a su candidatura fracasada a la Presidencia del Gobierno. Cuando no dio un paso a un lado. Cuando los barones se la jugaron en aquel oprobioso comité federal en donde le defenestraron. Y cuando, finalmente, el PSOE terminó facilitando el Gobierno de Rajoy con su dolorosa abstención.

Pedro Sánchez vive aferrado al sanchismo, porque es lo único que le mantiene a flote. Se reclama como el genuino representante de las bases y la militancia; acusa a Susana Díaz de ser "la candidata que conviene al PP", la representante del aparato y de los barones territoriales pero no de los votantes socialistas y la coatutora del mayor error de la historia reciente del PSOE, que fue la abstención que permitió un gobierno de derechas. Susana Díaz se desparramó, confirmando que era un debate de guante blanco, pero con puño de hierro, y terminó explotando: "tu problema no soy yo; eres tú", le dijo a Sánchez, "cariño", candidato perdedor en dos ocasiones que debería haber dimitido después de llevar al partido a los peores resultados de su historia. Una veleta que cambia el discurso conforme a sus propios intereses.

Estuvo también en el debate Patxi López, que es como "La 2" de TVE. La que todo el mundo considera la mejor cadena de la televisión española, aunque siempre tiene la audiencia más baja. Suya fue la voz de la sensatez, un empeño ocioso en un país que sólo escucha los gritos, los insultos y las rajadas. Con él afloró uno de los problemas más graves de Sánchez, su etérea indefinición en el tema de la independencia de Cataluña. Pedro Sánchez se refugió en una semántica de "nación cultural" y sulfuró tanto a Paxti López que acabó preguntándole qué es una nación: "Un sentimiento de muchos", le contestó mosqueado Sánchez, elevando a la hinchada del Real Madrid a la categoría de nación y destino en lo universal.

La socialdemocracia española navega hacia la catarata, inasequible al desaliento. Ayer no estuvo en el debate Pablo Iglesias. Ninguno de los dos. Ni el espíritu del fundador del PSOE ni el que aguarda pacientemente la debacle de los socialistas para recoger los restos del naufragio como un sonriente y satisfecho Saturno al que después de digerir a Izquierda Unida aún le sobra apetito.