Los cronistas e historiadores del futuro tendrán dificultades serias para sintetizar en definiciones concretas, rasgos y palabras, en virtudes y aciertos, normas y reformas la personalidad y la labor del primer papa procedente de la Compañía de Jesús. Quince días después de apoyar a los coptos egipcios ante las amenazas terroristas, rezó en Fátima y elevó a los altares a Francisco y Jacinta Marto que, junto a su prima Lucía, fueron testigos de las apariciones y portavoces de los mensajes marianos en los momentos iniciales de la Gran Guerra. Tras Pablo VI, Juan Pablo II (1982, 1991 y 2000) y Benedicto XVI (2010), fue el cuarto Pontífice que peregrinó a la freguesía de Ourem y a su basílica, meta mundial del catolicismo.

Víctimas de la epidemia de gripe de 1918, los pastorcillos, de nueve y siete años, son desde el sábado 13 de mayo, centenario del Milagro de Fátima, los miembros más jóvenes del santoral y, para el Papa del Fin del Mundo, dos ejemplos luminosos de la fe y la inocencia, tan gratas a Jesús de Nazareth y tan necesarias en el inclemente mundo contemporáneo.

En sólo veinticuatro horas entre viajes y estancias y en el curso de un acto solemne, breve y emotivo, seguido por un millón de fieles, Bergoglio añadió a los significados catequéticos de esta advocación el valor de la fe cotidiana, la fidelidad de la gente común a las devociones queridas que constituyen, en si mismas, un prodigio en las circunstancias encanalladas que nos envuelven, influyen y amargan.

El jesuita que tomó el nombre del fundador franciscano para abrir un pontificado de misericordia y esperanza, entregó la tercera Rosa de Oro que luce la blanca imagen y acercó su amplia devoción a unas coordenadas espacio-temporales distintas, donde los bloques enfrentados fueron sustituidos por poderes sin color, responsables del desigual reparto de la riqueza y tan constantes e implacables en la injusticia como ellos. La santidad de los pastorcillos "no es a consecuencia de las apariciones, sino un premio a la fidelidad y ardor con la que respondieron al privilegio de ver a la Santísima Virgen". "Fátima - afirmó - es, sobre todo, el manto de luz que nos cubre y el mar inmenso de Dios que nos lleva".