El conejo ha terminado por derriscarnos todas las perras. Ahora resulta que cuando vas al médico porque estás jodido y el tipo te dice que no tienes nada y te vas para casa y te mueres, luego resulta que en realidad no te había dicho que estabas sano, sino que debías ir a otro especialista. Es, por ejemplo, lo que ha hecho el Parlamento de Canarias con los hoyos de Güímar.

El Cabildo de Tenerife aprobó con el acuerdo de todas las fuerzas políticas un proyecto de ley para cambiar la calificación extractiva de los terrenos del barranco de Badajoz y para hacer un plan de reposición de los agujeros. Sería mejor o peor, pero era una iniciativa para arreglar el enorme desconchado que se ha hecho en el paisaje güimarero. La iniciativa llegó al Parlamento y se la cargaron.

Los mismos partidos políticos que en el Cabildo dijeron blanco, en la Cámara regional dijeron negro. Eso ya es para quedarse mosqueado. Pero es que, además, ahora resulta que los mismos que votaron en contra de la ley piden que se hagan otras leyes, por el Congreso, para impedir las extracciones. Y que el Gobierno canario haga un plan de arreglo (tiene de plazo hasta enero).

Uno tiene la sensación de que esto es una coña. Que es una pelota que se va pasando de un lado a otro y que lo realmente importante para los políticos no es arreglar las cosas, sino echarle el muerto al prójimo y ponérselo lo más difícil posible para que se jeringue ante el electorado.

No sé si la difunta ley del Cabildo tinerfeño era la mejor solución para el tema de los barrancos. Ni lo sé, ni lo que es peor, importa mucho: está difunta. Pero era la primera iniciativa real para arreglar un problema enorme. Tan enorme como esos pavorosos agujeros que hay en el valle y que mientras su señorías se rascaban los chirimbolos fue creciendo y creciendo, amenazando con llegar al centro de la Tierra.

Rechazada la ley, ahora entramos en el rebumbio. Palabras y más palabras pidiendo las mismas soluciones que se rechazaron. Las palabras, las acusaciones cruzadas, los discursos... se convierten al final en una espesa niebla en la que todo el mundo tiene argumentos. Para no perderse, lo que le queda a uno es recordar que al primero que puso una solución sobre la mesa le dieron con la puerta en las narices.

Pasó igual con las carreteras de Tenerife. El Cabildo quería poner dinero de su bolsillo para hacer las obras. Y entonces llegaron las palabras: que no era legalmente posible, que no se podía... Cambió el Gobierno, llegó un nuevo equipo y lo que era imposible ya no lo es. Y lo que no se podía hacer ya se puede. Porque el color político de los que están ya es el mismo. Luego se comprueba que el problema no es lo que hay que hacer, sino quiénes tienen que hacerlo. El maldito protagonismo de la guardería que es la política contemporánea.