La mía no se me olvida un solo año. Claro que tengo ventaja. Muy grande. Coincidió con el cumpleaños de mi madre y así cada 19 de mayo recuerdo mi primera comunión sin necesidad de alarmas en el móvil ni otros estímulos a la memoria. Mentiría si dijera que me acuerdo como si fuera hoy, pero es cierto que guardo un par de recuerdos realmente frescos, tal vez alimentados con la única foto, sobre un tronco de árbol, en blanco y negro, sin enmarcar -mis padres no podían permitirse otros lujos- y el "recordatorio" que conservo del acontecimiento.

Además de mi flequillo superordenado y mis piernas de FidoDido -aquel del SevenUp- recuerdo que iba de piloto de aviación -premonición de mi paso por la mili- y la ilusión que con siete años tenía por lo que era realmente un acontecimiento. Ya podría comulgar y para ello mi comportamiento tenía que ir en consonancia con lo que el sacramento exigía. Era un reto, una ilusión y el propósito de comportarme mejor.

Circula estos días por Facebook un artículo del juez de menores de Granada Emilio Calatayud que en unas pocas líneas resume lo que está a la vista de todos: que las comuniones se están yendo de las manos. "Seamos comedidos con los convites, banquetes y regalos de comuniones, que se nos está yendo la pinza", dice el juez más conocido de España cuando se trata de la educación a jóvenes y adolescentes.

Su escrito, cargado de sentido común, ha desatado toda una oleada de comentarios de profesores que narran que tienen alumnos que faltan a clase para probarse sus trajes, hacerse las fotos o incluso pruebas de peluquería para las niñas, cual novias. Igual que muchas familias compitiendo entre sí por ver quién tiene la celebración más espectacular. Por no hablar de los vestidos imposibles para algunas niñas, madres que parecen madrinas de bodas y, ojo, hasta limusinas para el pequeño o la pequeña artista a las puertas de las iglesias. Esto no es lo normal, es evidente, pero creo que el juez tiene razón en que hace tiempo el disparate va en aumento y no parece tener fin. Y eso sin meternos con las listas de regalos.

Entiendo que la gente quiera celebrar un día importante. Y si te apetece reunir a toda la familia y amigos. Y si hay barra libre, pues a bailar. El problema es que se corre el riesgo de perder la perspectiva de la razón por la que se celebra y, entre tanto regalo y agasajo, muchos niños adquieren un mensaje equivocado que seguro que muchos padres no quieren darles. La ya vieja enfermedad de las bodas se ha contagiado a las comuniones.

Y en todo este contexto me pareció un gesto significativo ver la imagen de la Infanta Sofía haciendo la Primera Comunión, en un día de semana y con el uniforme del colegio católico al que asiste. Reducir el adorno lo más mínimo para que los niños se centren en el sacramento. Hacer la Primera Comunión no es obligatorio. No hay por qué, pero si se hace, al menos habría que intentar que los niños no recibieran el mensaje de que les hacen una fiesta, les compran ropa bonita y cara y les regalan de todo porque sí. Porque ¿cuántos volverán a misa dentro de un mes?

Es la primera comunión. Así, con minúsculas. Sólo eso y nada menos que eso. Para un cristiano... extraordinariamente importante y -precisamente por eso- no ha de ser una comunión de primera.

Feliz domingo. Felicidades madre. Ochenta y dos años. Más de sesenta de entrega, sacrificio y cuidado de tus hijos. Tus cinco dedos. Te queremos y te seguimos necesitando. Cada día más.

adebernar@yahoo.es