Esa pregunta (¿Por qué la gente pide autógrafos en las ferias del Libro?) me la hicieron ayer en la Feria del Libro de Madrid, en medio del polen de la maldita primavera, los estornudos y el picor de ojos.

Podía ser más simple la pregunta: ¿Y por qué la gente pide autógrafos, en general? Gabriel García Márquez se negaba a poner autógrafos en cualquier papel: exigía que fuera en un libro, aunque no fuera suyo. Mario Benedetti apuntaba el número de autógrafos que firmaba en las ferias. En general, a los autores les encanta firmar autógrafos. Si no, se supone, no irían tantos a tantas ferias del Libro. Algunos firman muy poco pero siguen acudiendo, de modo que algo de bueno tendrá el agua cuando la bendicen.

La gente pide autógrafos, podemos decir, porque con la firma del autor se llevan un poco del afecto del mismo. ¿O no? Quizá lean luego el libro con la atención que se le presta a algo que les resulta propio. También puede ocurrir como le pasó a Rudyard Kipling en su famoso encuentro con Mark Twain: encontró encima del escritorio de su más querido escritor una pipa de espuma de mar, barata, y tuvo la intención de robársela pues así le robaba un poco del alma. Esa superstición de algunos indios norteamericanos, si te llevas algo de otro también te llevas su alma, fue desechada finalmente por el autor de Kim de la India pero se fue con el alma de Mark Twain, en cierto sentido, porque en las palabras que le dijo éste había mucho de su embrujo.

El autógrafo es un arte, en todo caso. A veces es un arte mínimo. Juan José Millás, que firma muchísimo, siempre pone lo mismo, poco más que "Afectuosamente". Otros adoptan tópicos afectivos un poco más alambicados, pero evidentemente impostados, pues al lector no se le conoce tan personalmente como para compartir con él demasiadas efusiones. Y hay quienes cuentan las intenciones del libro que están firmando con el deseo de implicar más al lector en su obra.

Hay firmas legendarias de autógrafos que han pasado a la historia risueña de las dedicatorias. Tip y Coll, los famosos humoristas, surrealistas o absurdos en persona y en el escenario, publicaron un diccionario que tuvo mucho éxito en su día. Y se lo fueron a entregar, dedicado, a los Reyes de entonces, Don Juan Carlos y Doña Sofía. Los Reyes se encontraron esta dedicatoria: "A Don Juan Carlos Primero y a Doña Sofía Después".

A Miguel Delibes le pidieron en una ocasión que dedicara el libro de su autoría al perro que acompañaba al peticionario. El hombre insistió ante la negativa de Delibes: "Yo no le firmo a un perro. Le firmo a usted si quiere". Finalmente fue tal la discusión y el absoluto desacuerdo del autor con el lector que ya nunca más volvió Delibes a la Feria del Libro de Madrid, donde ocurrió el incidente.

Hay firmas y firmas, y hay lectores y lectores. Hay quienes (es mi caso) se resisten a pedir autógrafos y hay quienes los coleccionan. Yo pienso que es una tarea que requiere arte y paciencia, y en las ferias puede haber arte, pero hay polvo e impaciencia, y todo se hace con demasiado público alrededor y, por tanto, con la consecuencia de una evidente desconcentración.

Lo que yo le propuse a la persona que me hizo aquella pregunta ("¿Por qué la gente pide autógrafos...?") es una idea que quizá es un sinsentido: que los lectores se lleven el libro y acuerden con el autor que, una vez leído, éste lo reciba de vuelta con un autógrafo del lector. Un certificado de que lo ha leído y un comentario sobre su calidad. Probablemente sería engorroso e impracticable, pero es lo que se me ocurrió que se puede hacer para que el autógrafo no vaya sólo en una dirección y para que, además, tenga contenido.

Así los autores tendrían autógrafos y los lectores maneras de desahogarse tanto si le gustaron los libros como si éstos les resultaron insoportables.