El hecho democrático de que un partido político, en este caso el PSOE, elija a su secretario general a través de un procedimiento asambleario donde las bases, por lo visto, son las que tienen el derecho de elegir, decidir y aprobar a las personas y las políticas que en el futuro vayan a llevar a cabo sus dirigentes y su partido, supongo que ninguneando a sus respectivos comités federales, sería, en principio, una cuestión ajena a las personas que no pertenecen a dicho partido; a menos que sus decisiones no afecten a la estabilidad política, económica y social del conjunto de los españoles.

El hecho de que un partido político, como el socialista, que ha sido parte muy importante de la historia democrática de este país, quiera dejar sin significado las cuatro iniciales de su acrónimo, e inmolarse absurdamente en su afán de radicalizarse hacia un populismo rancio, y sobre todo peligroso para la estabilidad democrática del reino de España, no tendría más consecuencia si no fuera porque existen antecedentes recientes en Francia, en el Reino Unido e incluso en Portugal, donde las propuestas populistas de los partidos de la órbita socialista han desembocado en un fracaso electoral sin paliativos. Allá ellos.

El problema es que la decisión asamblearia de posicionar a su "nuevo" secretario general, de nuevo, en la escena política viene a retrotraer a una mayoría de los españoles a un escenario social que se caracterizó por una parálisis, incertidumbre e inestabilidad política y económica de las que, seguramente, era mejor no acordarse. Pero el ala radical de izquierdas del socialismo, al parecer, pretende colocar a su líder, de nuevo, en la casilla de salida. Un líder político cuya única ideología es el odio a la derecha y, más concretamente, al Partido Popular. Un líder cuyo único afán es llegar al poder y ser presidente, cueste lo que cueste, aunque para ello tenga que llevarse por delante a su partido a sus militantes y, si hiciera falta, a toda España.

Para ello, y una vez pasada por la guadaña toda la oposición interna, intentará convencer a quien quiera escucharlo -los de Podemos y los nacionalistas están encantados de hacerlo- de que España es plurinacional; es decir, una nación de naciones; eso sí, cultural (?); donde, se supone, que todas las comunidades -por ejemplo Murcia o Madrid- y/o todos los territorios -incluidos Ceuta y Melilla- que tengan una lengua, una cultura, un sentimiento y un "lo que sea" que los diferencien tendrán el derecho a denominarse nación. ¿O no? Total, si las palabras no dan satisfacción a los deseos políticos, se cambian sus significados y listo. Problema semántico resuelto.

Pero el inconveniente de volver a la casilla de salida no es sólo político, que ya es importante y preocupante, no; el verdadero problema es el económico, porque ahora que España crece por encima del 3 % -cuando la media de la UE lo hace al 1,7 %-, y, cuando estamos inmersos en un cambio de modelo productivo, donde la exportación, la amortización de la deuda de las familias y de las empresas van en racha positiva; donde el turismo se supera cada año con un nuevo récord y las mejoras de competitividad y el aumento de la sensibilidad a los precios han alimentado un proceso de sustitución de importaciones, de manera que las preferencias se habrían inclinado hacia los bienes nacionales; donde el paro está bajando considerablemente; ahora resulta que este "nuevo" PSOE, su líder, pretende repetir el escenario económico del 2007, pero con más deuda; pretende soluciones mágicas aumentando desmedidamente el gasto corriente, ampliando la rigidez laboral; y, cómo no, volver a la dependencia de los sindicatos; por supuesto, previa subida de los impuestos...

Que Dios nos coja confesados; y, mientras podamos disfrutarlo, feliz día de Canarias.

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