Ser canario es haber sobrevivido a media docena de pinchitos de carne de cochino de confianza dando brincos dentro de la barriga y mezclándose tóxicamente con un pirriaca del país, mientras bailas en la plaza con la música de fondo de "La Gomera es".

Ser canario es haber cogido alguna vez una cagalera tremenda (que es como se llaman realmente a las diarreas) por haberte comido una fruta caliente del árbol, a pesar de que tu abuela te había dicho "cienes" de veces que eso no se hace.

Ser canario es salir tullido del agua después de estar tres horas dando vueltas a los toniques del fondo para sacar medio kilo de almejas de orejas de burro y dos pulpos. Lo que hacíamos los pibes cuando el mar era nuestro y no te estaba esperando en la orilla una patrulla del Seprona o de la guanchancha.

Ser canario es ponerse emperifollado los domingos aunque sea para ir al guachinche y darle una patadita a la rueda delantera del coche nuevo que se compró un amigo mientras le dices envidioso que es un arretranco.

Ser canario consiste en saber distinguir un mojo que se puede comer de uno hecho con pimientas de la puta de la madre, que no me pregunten por qué, pero uno sabe instintivamente que aquello echa fuego.

Ser canario es sonreír con paciencia cuando un godo peludo te dice "Ay, canario, miniñoooo, muyayooo..." sin que se te noten las ganas de hincarle una morretada, porque prefieres eso a lo otro de "qué tierra más bonita tenéis". Y por eso lo dejas pasar.

Ser canario es saber que quien más ha hecho por la unidad de estas islas es el jet foil.

Ser canario es aguantar resignadamente cuando tocan el himno ese de Canarias, que te recuerda cuando tu madre te cantaba para irte durmiendo. Y preguntarte una vez más, sin respuesta posible, por qué carajo no eligieron cualquiera de las canciones de Benito Cabrera, que son las letras y músicas más bonitas que se han hecho nunca jamás.

Ser canario es decir "chacho" para decir cuidado y subir parriba y bajar pabajo, como si se pudiera subir pabajo y bajar parriba. Y decir "coño" a cada momento, tanto si te trincas un dedo en la gaveta como si te alegras de ver a un amigo.

Ser canario es saber traducir que el fotingo se metió un jaquimazo porque iba enfolinado, y que cuando la piba te dice que está saliendo de su casa es que en realidad se está vistiendo y que cuando te dice que está llegando es que está saliendo.

Ser canario consiste en terminar hasta los mismísimos de la calufa de las romerías, asándote dentro del traje de mago y el sombrero negro de fieltro, harto de ir esquivando las cagadas de vaca y de beber vino recalentado. Y jurar que no vuelves en tu puta vida. Y saber que vas a volver el año que viene.

Ser canario es como ser de cualquier otro lado. Pero a treinta y tres revoluciones.